El actual embajador de Colombia en Washington fue grabado por agentes encubiertos durante el gobierno Trump en Estados Unidos. Conversaba con una señora política despotricando del canciller del momento y del propio gobierno Duque. Ese embajador, con razón, estuvo a punto de ser removido. Pero este gobierno no se precipita en acertar. Ahí continúa. Así pudo orquestar, meses después, la descarada intervención en las pasadas elecciones presidenciales en contra del candidato demócrata Joe Biden a quien tildaban de comunista castro-chavista.
Ahora “Pachito”, ese despistado embajador del uribismo, reconoce que “psi, que fue un error” debido a que los habían engañado, pero que ese episodio estaba superado. Y lo dijo muy orondo.
No sobra decir que, en otro agravio a Washington, la misma interlocutora de la encubierta grabación fue nombrada canciller, aun si poco después debió renunciar por inepta.
El gobierno para mantenerse en el gobierno ha entregado algunos ministerios a expresidentes de otros matices, distintos al hirsuto uribismo que usa el epíteto de castro-chavista a quien no piensa como él.
Un expresidente, ganado ahora con algunos dadivosos ministerios, ha optado por decir que lo que ocurre en el país se debe a la Venezuela de Maduro. Al diablo con los índices de concentración de la riqueza, de los asesinatos de líderes sociales o del descontento generalizado. Al parecer todo mejoró desde los últimos nombramientos. Y sale a proponer como candidato presidencial a un nieto derechista de un antiguo presidente de los años sesenta, como fórmula de renovación. Como aporte luminoso para atraer a las nuevas generaciones en la participación constructiva de un nuevo país.
Si por algún encanto se logra una salida de la dictadura en Venezuela, entonces aquí todo se resolverá, sin más. En ese inmovilismo, por no decir en esa corriente, está la tercera canciller. Quien hace un mes pensaba ser candidata presidencial, hasta que barruntó que había demasiado fermento para la continuidad del régimen.
En su debut internacional culpó del malestar social a los acuerdos de paz firmados con las Farc durante el gobierno Santos. Como quien dice, si fuera por su lucidez mental, Colombia estaría mejor ahora con una guerrilla de miles de hombres en armas. Cuando lo cierto es que antes de Santos el gobierno de Andrés Pastrana había acordado llegar al extremo de cambiar el modelo económico si lograba pactar con ellos.
Si el peligroso pacto no se logró, no fue porque ese gobierno no quisiese, sino porque nunca pudo controlar el paramilitarismo. Lo que hizo posible que las Farc tuviesen pie para seguir delinquiendo.
La nueva canciller fue a Washington. Dijo que no permitiría entrar a la comisión de los derechos humanos de la OEA durante el sangriento paro nacional, sin fallos previos de la lentísima justicia criolla. Ahora sin mayor sindéresis, bajo presión, los invitaron. Pero alega que el gobierno no puede hacer nada ante los asesinatos sin la sentencia de los jueces. Este gobierno “del que diga Uribe”, practica la diplomacia con los pies.