Un diario nacional publicó en primera página y a varias columnas, la admisión de un general del ejército de su haber participado en el genocidio de más de cuatro mil cuatrocientas personas durante el gobierno de Álvaro Uribe. Debajo de la línea de doblez, el mismo diario anuncia que una juez no archivará el juicio contra el mismo Uribe, por una acusación de un delito incomparablemente menor.
Se trata del diario El Tiempo, que durante el genocidio tenía a sus dueños de parte de ese gobierno. Uno de ellos era vicepresidente de la República. Y el otro llegaría a ser ministro de Defensa, y terminaría enfrentado con Uribe, entre otras cosas al cerciorarse de la magnitud del crimen, en el cual vale la aclaración, no participó. Ya ese diario no pertenece a la familia Santos. Al hablar ahora de la tragedia nacional, no considera, como dicen los argentinos, útil el prudenciarse… La gravedad del hecho, peor que el de Pinochet o el de Videla fue entonces pormenorizado en la revista Semana, que aún no estaba adscrita al sector financiero. Ese genocidio es de nuevo y, lo seguirá siendo en la historia del hemisferio, una infamia. Por mucho que intenten maquillarlo.
Justo en este mes se le hizo un debate al gobierno por muertes de civiles en una intervención militar. Mientras que un comandante del ejército atacó por la red a un candidato, es decir, optó por brincar sobre cristales en lo mejor de la fiesta electoral.
Este gobierno intenta en vano disimular su participación en un proselitismo activo, y ahora se lo facilita a los militares violando la Constitución. En el debate el ministro de Defensa alegó que ese militar estaba defendiendo “¡la moral del ejercito!”. El ministro proviene de un movimiento en donde una senadora reenvía mensajes de neonazis, que niegan el holocausto judío, tanto más el genocidio colombiano llamado con eufemismo “falsos positivos”. Ese extremismo se autoproclama, “Centro Democrático”. Y esa burbuja está reventando. Por los medios se conocen las confesiones arrepentidas de los soldados que asesinaron a miles de compatriotas. Dicen que lo hacían forzados por la administración Uribe. La eficiencia se contaba por el número de cadáveres. Lo bautizaron “seguridad democrática”.
Entonces las brigadas, por las recompensas, asesinaron a los reclutados llamándolos “terroristas”. Cuando el escándalo, a pesar del diario El Tiempo, estalló, Uribe los siguió llamando así, se jactaba de su acción eficaz contra el terror. Colombia aún no ha hecho duelo por sus muertos. Las familias que escuchaban la confesión de los asesinos, lloraban agobiadas.
Vuelve a sentirse la inflación en loa alimentos. Pero se culpa de ello a quienes protestan.
Demasiados eufemismos inventaron. Hoy Álvaro Uribe posa de víctima, alega que le han “expropiado” su honor. Es tal su desprestigio que no se atreve, dijo, a proclamar a un candidato de su autoría. Como en la obra de Oscar Wilde, en la pudorosa era victoriana, sentía un amor del cual no podía decir su nombre.