En el año nuevo se fortalece la inquietante percepción de vivir inmersos en un mundo en el que la política se nutre más de imágenes que de ideas, que entroniza el reality show como el nuevo escenario de la confrontación por el poder. Las redes sociales hacen las veces de escenarios de las controversias y simplifican al extremo el pensamiento al reducirlo a los “me gusta”, para moldear el limitado pensamiento del ciudadano de hoy.
Constituyen el sucedáneo obligado de lo que Regis Debray señalaba, “quien concentra las miradas concentra los sufragios”, que implicó que lo importante es gustar y no convencer, sustituyendo al militante por el fan. Ello explica el sentimiento generalizado de confrontar un debilitamiento de la democracia, especialmente en las Américas.
El advenimiento de la izquierda en buena parte del continente ha prodigado la convicción de que hay un nuevo escenario en construcción que responde al universo de la simplificación emergente, se condensa en lo que se denomina el pensamiento político correcto, y permite convertir en verdad lo que no lo es y en mentira su opuesto. Quizás la última demonstración de ese esfuerzo es el que pretende encubrir, con lo acaecido en Brasil, los atentados contra la democracia en antiguos o noveles regímenes.
Ciertamente, los desmanes en Brasilia son condenables y no alcanzan a justificarse con la molestia que produce la elección de un presidente temporalmente liberado de un proceso penal por vicios de forma, pero no pueden confinar al olvido las violaciones a los más elementales derechos que han caracterizado de tiempo atrás a los regímenes de Cuba, Venezuela, Nicaragua y que hoy se reproducen en Perú y Bolivia, distinguidos por las ominosas privaciones de la libertad y de la vida.
Desgraciadamente, el debate en el Consejo Permanente de la OEA no logró desprenderse del nivel de invectiva que ha alcanzado la polarización en el hemisferio y se centró en la simpleza de unas sindicaciones de fascismo, como si esa corriente y el comunismo no fueran hijos del socialismo, proclives a emular entre sí como mutuos Caínes. Puso una vez más de presente la insólita tesis de que el resultado electoral hace inmune al gobernante y lo legitima para infringir el orden constitucional y sus principios democráticos, contrariando los valores fundantes y principios de la Organización, así como las disposiciones de su Carta Democrática.
Todo ello parece el resultado de un orden global en construcción que ha invadido de la mano del progresismo a las Organizaciones Internacionales, y que se pretende globalista y tecnocrático, llamado a debilitar el componente democrático de los Estados miembros en un ejercicio de despotismo ilustrado que se entroniza con los denominados expertos, provenientes de las ONG ideologizadas, encargados de la formulación sesgada de los nuevos principios que intentan imponérselos a los pueblos que dan vida a sus Estados.
El progresismo que nos recetan persigue la enajenación de la soberanía del Estado para asegurar la deconstrucción del orden social que de ella se desprende, y cuya primera etapa se expresa en la hipocresía democrática que hoy padecemos.