El periodismo tiende al tráfago del bullicio de la “parla chi suona,” como dicen con gracia los italianos. Dos o tres temas se adueñaron del horizonte, que no enumeraré para no socavar esa queja ante lo obvio. Se demuestra una vez más como la comunicación confunde la inmediatez con la realidad.
Y nada hay más chocante que leer los periódicos de una era, de la primera o segunda guerra mundial, por ejemplo, y contrastarlos con la perspectiva histórica de los mismos.
Pero justo esa carencia resalta que esto, que vivimos hoy, no es una época de cambios sino un cambio de época. Y la óptica inmediata sufre de una miopía aguda para abarcar este horizonte.
Basta ojear los diarios europeos; o los del Reino Unido que pretende no ser parte de Europa, o de Estados Unidos cuyo parroquialismo se esparce por satélite a todo el mundo, sin que su contenido logre la dignidad de lo universal. A menos que se crea que lo universal no es una calidad de lo logrado por mentes que bien pueden haber nacido en un pueblo griego o Renacentista, sino que se trata de algo cuantitativo reproducible por un gadget tecnológico.
La mayoría de los medios repiten hasta el cansancio las mismas conjeturas, los temas trillados y replican lo que otros han dicho en una especie de cultura de la fotocopia, como un monumento al lugar común. Eso es un síntoma, aun cuando el espacio y la rapidez impidan pormenorizar este nuevo gran estremecimiento de las placas terráqueas.
Al parecer la peste deprimió la imaginación creativa de los medios. Y ahora someten al lector a purgar dos veces por el mismo delito de confiar en ellos, violando el precepto legal que prohíbe juzgar al reo dos veces por el mismo delito.
Algún comentarista afirma que se trata del fin del predominio del imperio estadounidense. Pero las pandemias no suelen tener esa capacidad en la historia de los imperios, que no caen tan solo por fuerzas exteriores, sino que suelen hacer implosión producto, por lo regular, de un conjunto insuperable de contradicciones íntimas. Las fuerzas que fueron virtudes en el inicio de su predominio quizás se tornan en el motivo mismo de su mengua.
El rasero que compara un imperio con otro es de origen biológico, vegetal. Infiere que un organismo vivo nace, crece, florece, envejece y muere. Y que otro de su misma especie seguirá un curso algo similar.
El imperio español prevaleció cuatro siglos y fue el más extenso, el romano duró casi mil años, al parecer el norteamericano no sobrepasará este siglo. Pero la complejidad de lo que ocurre en este último imperio es digna de textos como los Gibbon, Spengler o Toynbee y lo curioso es que ni un esbozo, en esa calidad de lo universal, se está dando. Y es una decadencia también de índole mental, intelectual, de una mente centrada en el avance técnico, pero incapaz de abarcar el mar en el que se ahoga.