Sabemos que el mundo con esta pandemia ha cambiado, pero no sabemos en qué sentido.
Aspiramos a volver a la normalidad, pero no sabemos cuál será la nueva norma, el nuevo punto de equilibrio.
Nuestro pensamiento va a la saga de los acontecimientos. Y es que tras varios siglos las ideologías decían que había que cambiar al mundo. “El fascismo es primeramente acción” decía Mussolini; “no vinimos a interpretar al mundo sino a transformarlo” decía Marx. Pero con la pandemia la acción se trabó y el escenario, la naturaleza, entró en acción para el horror de los tradicionales actores.
Los actores quedamos a la expectativa. Vemos que lo que ayer se mantenía constante se trastocó y que el mundo no es un ser inerte puesto para ser explotado por cualquier acción. El capitalismo que vierte millones de toneladas de Co2 al aire, equivalente al estallido de varias bombas de hidrógeno diarias, vio el cambio climático que los activos intereses creados producen y niegan.
Esta pandemia no será la última. No sabemos que otra mutación viral podrá sobrevenir en la medida en que acorralemos a las otras especies y destruyamos sus hogares, su espacio vital.
El planeta se está defendiendo de esa enferma codicia que piensa que la explotación es la medida de todas las cosas. Pero igual el precio de los hidrocarburos sigue determinando a Wall Street y a los intereses geopolíticos, mientras el interés del mundo y de las próximas generaciones queda en mano de unas débiles voces de protesta. Protesta lúcida que como las voces de los antiguos profetas necesitara el apoyo de la naturaleza para que sea escuchada.
El mundo plagado de voces discordantes no ha hallado su propia voz y la discordia producirá varias catástrofes antes de que esto suceda. A los súper incendios de Australia y de California, se sumó en el año de la pandemia, el mayor número de huracanes registrados, y uno de gran magnitud afectó por primera vez en la historia conocida a Colombia. Mientras los polos se esfuman a ojo visto.
Más de la mitad de la población mundial pertenece a la generación de los milenios. Que es algo más consciente de lo que ocurre. Ahora su preocupación no es la de cambiar a la naturaleza, es la de que ésta no se muera. Y saben que tienen encima una hipoteca centenaria que deberán pagarle para que no los desaloje. Sin embargo, la predadora forma de vida humana no ha cambiado. Los vicios del engranaje predador continúan. Entre ellos su necesidad de doparse y fingir que la solución es fumigar las selvas tropicales mientras siguen dopándose.
China consolida su posición en el mundo, pero sin tampoco respetar el planeta ni los derechos individuales. Estados Unidos impidió que la salud fuese un derecho para sus ciudadanos (Trump y su corte alegó que ¡eso es “comunismo”!) en consecuencia cada minuto mueren tres de sus ciudadanos. De modo que las dos potencias no calman esta perplejidad.