La política es el arte de encausar la inercia de la historia, según se ha dicho. Y en esta época la inercia tiende a la unificación del globo por necesidad dados los problemas comunes de la humanidad, y por la libertad dadas las comunicaciones planetarias entre sus miembros. La era espacial resalta la unidad de la especie frente a la colonización espacial que se planea para el planeta Marte en este siglo. Y resulta cada vez más irreal la subdivisión del gobierno global en 200 países cuando ninguno de ellos puede vivir autónomo, sin depender de otros o de todos. El desplazamiento del norte magnético y otros fenómenos que cualquiera puede verificar son suficiente motivo de alarma proveniente de la ciencia y no de tribus urbanas apocalípticas.
El siglo XXI ha visto la muerte de varias especies debido, al parecer, por ese desplazamiento del polo magnético con las consecuencias inesperadas que apareja. El cambio climático no es imaginario. Las instituciones no responden a los problemas planetarios sino de manera tardía y siempre insuficiente.
El capitalismo con seguros sociales, que fue el triunfador del siglo pasado frente al totalitarismo soviético, está siendo cuestionado por los pueblos del Reino Unido, de Estados Unidos y de Europa, de un modo contradictorio pero revelando el resentimiento frente a ese engranaje . La dirigencia mundial sigue trazando planes un poco como Hitler movía en el mapa sus batallones inexistentes al final de la segunda guerra.
Ese engranaje como se ha dicho derrotó al sovietismo en la práctica pero dejó vivo el argumento de Marx relativo a la concentración de la riqueza en pocas manos. La dirigencia capitalista advierte el fenómeno pero no logra controlarlo. Y aunque las elecciones de los diversos países le son adversas, carece de imaginación que cautive a los pueblos. Y esto es muy raro por cuanto ante las crisis los humanos tendemos a crear utopías salvadoras, respuestas que aun cuando imaginarias ayudan, con el tiempo y la debida perspectiva, a dar con la solución.
Sorokin estimaba que más del 80% de las grandes obras históricas las habían escrito autores agobiados por la crisis de su época. Y esto es una constante desde El libro de los muertos del arcaico egipcio, hasta la Decadencia de Occidente del alemán Oswald Spengler, de quien Toynbee es un alumno vergonzante.
La utopía no aparece, y los cerebrales planes no convencen. Y hay una brecha creciente entre los tecnócratas y el sentimiento mundial. Injusto o no, el enfrentamiento es evidente.