Una de las muchas pilatunas a las que nos tiene tan acostumbrado ya el presidente Donald Trump ocurrió en los últimos días cuando firmó una ley que los monopolios venían pretendiendo desde hace muchos años y que da vía libre a la comercialización de los datos personales por Internet. De esta manera de un plumazo acaba con lo más sagrado de la llamada "red de redes": la privacidad. A partir de ahora todos las informaciones personales de los estadounidenses contenidos en computadores, tabletas y móviles podrán ser feriados por colosos como Google y Facebook. Por votación mayoritaria, los republicanos dieron luz verde al mayor atentado ocurrido contra la Internet desde su creación, allá por la década de los sesenta en el siglo pasado y que hoy entrelaza indiscriminadamente a cerca de tres mil millones de personas, cerca de la mitad de los habitantes del planeta.
Así las cosas, el historial de las redes de navegación ha quedado expuesto a un mercado ávido de traficar con la información de nuestros datos más personales e íntimos como son nuestra propia identidad, gustos, preferencias, etc, hasta hoy considerados como sagrados. Es decir, lo que hasta hoy la ley protegía y consideraba un delito grave, a partir de la fecha en los cincuenta estados de la Unión se ha convertido en un nuevo y lucrativo mercado. A causa de la rampante globalización sus efectos en el mundo entero serán devastadores y Colombia no será la excepción. Lo triste es que la única opción posible para evitar este asalto será la encriptación, con todos sus costos pertinentes. Ese encriptamiento irá, desde luego en contravía de la mayor virtud de la red: ser el más abierto y libre de los nuevos medios masivos de comunicación. En resumen: lo que hasta ahora era absolutamente gratuito en el futuro corre el riego real sumamente oneroso.
Gracias a esa naturaleza su utilización ha sido siempre garantía de plena y absoluta independencia y neutralidad. El tráfico de datos ha estado así amparado de cualquier manipulación y en este sentido los países europeos se han distinguido siempre por su especial celo protector. De esta manera para poder acceder a este tipo de información se ha requerido especial mandato judicial y su violación se ha estimado como vil espionaje. Así la red ha ganado en confiabilidad operacional y respetabilidad jurídica. Es triste comprobar que los enemigos de esa sagrada privacidad ha ganado finalmente la batalla, gracias especialmente a los operadores de telecomunicaciones empeñados en expandir sus ya pingues ganancias. En esta lucha, siendo presidente Barack Obama, ganó históricas batallas en favor de la neutralidad del sistema y siempre fue un fiel garante de la apertura y libertad de la red.
Pero no solo los monopolios de telecomunicaciones buscaron acabar con esa neutralidad. También lo han hecho las industrias de la propiedad intelectual que siempre han pretendido que los derechos de autor son más fundamentales importantes que los derechos individuales a la privacidad. Con esta nueva patente de corso legalizada, los más perjudicados seremos los usuarios del mundo entero que veremos desaparecer quizás la herramienta más formidable hasta hoy inventada para nivelar las grandes brechas de la información mundial.