Existe un deseo universal de los colombianos de lograr un cambio. Es un deseo tangible del que se habla y se escribe constantemente, es una necesidad apremiante. Hay un rechazo desesperado contra la violencia, la inseguridad, el odio, la corrupción y la mentira.
Los colombianos queremos paz, honestidad y seguridad en nuestro diario vivir, en las relaciones con nuestros vecinos, con quienes compartimos una calle, un parque, un pueblo, una ciudad.
No queremos oír más discursos cargados de odio, acusaciones sin pruebas que se repiten en los medios sociales, sin responsabilidad, sin confirmar su veracidad, y que solo sirven para ahondar, aún más, la brecha que se ha creado entre nosotros.
Queremos conciudadanos, gobernantes y políticos que sepan discutir sin gritos, mentiras y odio, y que no se roben un centavo. Queremos vivir como se vive en otras naciones, donde un asesinato paraliza al país y es un acto excepcional que conmueve y moviliza a la ciudadanía, como sucede en Nueva Zelanda, Islandia, o Chile en nuestro propio continente.
No queremos vivir permanentemente amenazados, con miedo por nuestras vidas, nuestras pertenencias, con todo bajo llave, oculto, bajo toda clase de cerrojos y alarmas. Queremos respirar tranquilos como lo hacen aun en países más pobres que el nuestro, pero donde la educación, la tradición y una decidida actuación del gobierno, sustenta una sociedad más honesta, respetuosa y pacífica.
Para lograrlo se requiere un gran propósito nacional, un compromiso que puede comenzar entre nosotros mismos por las cosas más sencillas, respaldadas por campañas nacionales de educación y apoyo.
Por qué no empezar por acabar con el “avispamiento” esa errónea teoría, tan arraigada entre nosotros, de que los colombianos son los más “avispados”, o vivos, porque, sin vergüenza, se saltan cualquier fila, se cuelan sin pagar en cualquier parte, buses, cines, hasta aviones, o se hacen pasar por los personajes más increíbles; porque hacen los mejores comprimidos para trampear en los exámenes y obtener mejores calificaciones, desde que están en primaria. A ver, ¿lo vamos a negar? No, pues negarlo sería una gran mentira.
Ahí en la infancia, en ese “avispamiento”, tan aceptado y, en muchos casos ponderado, comienza la deshonestidad. Así se forma el corrupto, el ladrón, el que cree que trampear, robar y hasta matar es excusable, inteligente. Es un “avispado” a ultranza, el que se sale con la suya, así lo suyo sea un crimen. (El mejor ejemplo son los criminales de las Farc).
Por eso hay que apoyar la idea, propuesta por importantes personajes, de hacer una alianza nacional, supra partido, sin inclinación política o religiosa, para hacer una gran campaña de reeducación nacional orientada hacia los principios básicos de honestidad y convivencia.
Comencemos por algo tan sencillo como enseñar a los niños con el ejemplo, el valor de no saltarse una línea, de estudiar para el examen, de no mentir, de no robar, de respetar lo ajeno: las ideas, la propiedad, la vida.
¿Es este un planteamiento muy simplista para comenzar a cambiar el “chip” de los colombianos? ¡Pues si! Pero por algo hay que empezar. Entre más sencillo, mejor. Si yo fuera el presidente Iván Duque invitaría a Sergio Fajardo a liderarlo.