Lo más contradictorio del mundo se escribe y se afirma sobre Colombia. Que tiene la más deliciosa variedad de climas; que ha sido cuna de hombres colosales como Santander, Caro, Cuervo, Botero, García Márquez: que nadie nos supera como gente cálida y hospitalaria -ahora mismo damos abrigo a un millón de venezolanos en infortunio- y mil virtudes más. De otra parte, algunos críticos nos califican desfavorablemente por el auge pavoroso de la corrupción, la politiquería, la desigualdad, la nefasta droga, suscitadora de tantas historias televisadas exhibidas en Colombia, y en el extranjero.
Recuerdo un episodio con el expresidente de la Corte, Jorge Enrique Gutiérrez, cuando intervinimos en París en un congreso mundial sobre el terrorismo. Nos dieron 10 minutos para hablar en la sesión plenaria final. Yo refuté a un francés por el cuestionamiento hecho contra Colombia, por la orgía de sangre que sufría el país. Expresé que Europa, cuna de la civilización había tenido 30 millones de muertos en la última guerra mundial y muchos más conflictos trágicos y por eso no podíamos satanizar todo un continente. Cristo tuvo 12 apóstoles y por el extravió del traidor Judas, no se podía decir que todos fueron un puñado de indeseables.
El prestigioso y reputado escritor Gustavo Páez Escobar entregó en estos días un libro artístico maravilloso titulado “Jirones de Niebla”. Otros trabajos parecidos suyos han sido escenificados en la TV.
En esta novela con inspiración, altura, control y gran equilibrio cuenta apasionantes episodios de la violencia nacional. Lo hace documentadamente, con maestría y enorme responsabilidad personal. En la obra no encuentra uno divagaciones, sino realidades. Muchas amargas y tormentosas.
La publicación ha tenido enorme acogida, como otros conocidos volúmenes de este académico. Fernando Soto Aparicio, Vicente Landinez Castro, Otto Morales Benítez, Antonio Cacua Prada, Vicente Pérez Silva y numerosos analistas ponderados han consagrado a Gustavo Páez Escobar como un novelista excepcional. Por falta de espacio no nos ocupamos a fondo de esta novela, pero si destacamos algunos méritos. Un relato, como éste de Páez Escobar, impacta profundamente desde el principio hasta el final -se lee con ansiedad- porque es incisiva, mordiente, sin cuartel desde la página número uno hasta la 218.
La prosa, los personajes se mueven en un ambiente de unidad, dentro de la diversidad, sin perder coherencia, manteniendo en suspenso al lector. Los capítulos están vigorosamente articulados. El estilo es un instrumento musical dúctil, juega, se altera, vuelve a la línea trazada por el autor. Y lo que es más trascendental, el creador de la trama está en todas partes, pero nadie lo ve. Uno de los requisitos esenciales en los relatos novelados es que el autor no hable por él a los personajes. En absoluto. El buen novelista oye a los protagonistas y jamás los sustituye.
En “Jirones de Niebla” todo sucede con autenticidad, con lógica, con fuerza y con calidez humana. Gustavo Páez es muy profesional en su actividad, se desvela, corrige, mejora, borra o agrega, es muy perfeccionista.