El que tenga la forma, bien puede plantear una conversación entre personas nacidas en este siglo, con sus padres o abuelos. El resultado neto no es que tengan distintos puntos de vista, es que tienen distinto punto de ojo. Es decir, no es un mero relevo generacional. Es una brecha ya casi insalvable.
Desde hace años se entiende que la medición de la riqueza de un pueblo no es cuantificable con índices bursátiles, que esos índices son demasiado burdos y que quizás por eso mismo se les llama producto bruto, y carecen de continencia. Existe desde el siglo anterior el movimiento de los “economistas descalzos” que procuraron no poner al capital como el eje al mando de la sociedad. Ellos despertaron una conciencia entorno a lo que cuesta el engranaje económico en términos de vida planetaria. Le preguntaron al cuantificado capitalismo cuanto nos cuesta él mismo. No vis a vis frente al fracasado socialismo, sino ante el valor de lo viviente. Aun cuando algunos siguen mirando al Producto bruto, como mantra de progreso, cuando la casa del planeta está en llamas.
El meollo de esos debates gestados en la sociedad desde los años sesenta, de algún modo los han asimilado los jóvenes con la rapidez del susto. Ellos saben más de lo que comprenden. Saben que reciben un planeta herido, quizás en vías de extinción. No hay otro tema más serio. Tienen claro que las dos o tres generaciones que recién los antecedieron son responsables de una técnica aplicada sin lucidez al servicio de la codicia y del armamentismo. Si llegan a tener tiempo y mundo podrán recapacitar como peor que los peores bárbaros, fueron sus pulidos antecesores quienes cohonestaron el mayor crimen contra la madre Tierra.
Parece un chiste ante los desastres planetarios. Pero unos especialistas en biodiversidad compartieron sus hallazgos con los ecólogos. Concluyeron que el desastre climático y la extinción de especies de flora y fauna están conectados. Muestra lo lerdo que ha sido esa comunidad de corte positivista en descubrir que el agua moja. Ya hace más de medio siglo Jacques Costeau, Lovecraft y otros, habían insistido en mirar la vida como un todo y no en parcelas. La visión global, sobre el craso empirismo disgregado que jamás llega a la totalidad sumando casos.
Y que ese descubrimiento lo hagan referido al mar Caribe que concierne a los países costeros es tanto más doloroso. Apenas entendieron lo que estaba pasando ya había pasado lo que estaban entendiendo. Mientras rumian su asombro, la salvación del planeta queda en manos de los gobiernos, Y estos cada vez menos pueden gobernar a sus propias naciones. Retrasados a su vez tratan de mantener esquemas institucionales de poder del siglo XX, en un mundo bien distinto del siglo XXI. Y suenan como ancianos perdidos en alguna laguna juvenil, que no se corresponde con la actual vida cotidiana. Pero se sienten modernos si ya manejan internet. Y ese crimen planetario, si no es una antigua novedad.