Proyecto lo que quizá ocurrirá en estas elecciones, sin pretensiones proféticas. La duda es buena amiga cuando no se confunde con la cobardía. El cisne negro se llama Rodolfo Hernández, un exalcalde de Bucaramanga. Al parecer derrotará al desabrido figurín del anciano régimen en la primera vuelta. Y, si ese supuesto sale valedero, derrotará luego al populismo de izquierda en la segunda. Es decir, será presidente a los setenta y siete años de su edad.
Él es un enérgico ingeniero de la Universidad Nacional, franco y directo, de intelecto nada primitivo como lo demuestra su campaña. Como empresario experimentó cómo es la economía nacional de un modo vivencial y en ello amasó una fortuna. Su lenguaje es del coloquial santandereano que no se anda con rodeos, se expresa con un habla popular ajena a la vulgaridad lumpenesca de los subfondos urbanos de algún otro. Y por supuesto a veces dice cosas indecibles. Es como lo califican en su tierra “frentero”. Tiene la ventaja de no cargar en su consciencia con los crímenes acumulados del establecimiento, el que, so capa de la economía, hizo caso omiso de los miles de asesinatos cometidos en este siglo. A los centenares de desaparecidos. A las masacres contra las líderes cabezas de familia, y a más de 300 exguerrilleros inermes.
Sin embargo, Hernández a su vez es una víctima de la violencia colombiana. La guerrilla le secuestró a su padre. Pagó la extorsión. Y se lo devolvieron demente por el sufrimiento. Años después le secuestraron una hija, no pagó, y la mataron. Guerrillas aupadas por el consumo de Estados Unidos que con doble moral prohíbe el narcotráfico que ellos aumentan.
Hernández no es amenaza para los empresarios, al contrario, es ejemplo de compromiso social más allá de la meta de los dividendos que los obsede. No tiene nexos con las llamadas maquinarias políticas que taponan el sistema democrático con dinastías, y cohechos. No depende de los contratos del Estado que el actual régimen corrupto, violando la Constitución, pretendió usar en pleno periodo de elecciones, por fortuna la justicia revirtió el atropello. Él entendió que algo claro dejaba el régimen de Duque-Uribe, la necesidad sentida de luchar contra la corrupción, contra la impunidad. Captó que ese sentimiento no es un eslogan vacío, sino que embarga a Colombia en este último lustro.
También Petro propone cambio, pero al parecer perdió el centro político desde que insistió en intervenir al Banco Central que está protegido por la Constitución de 1991, firmada además por la guerrilla del M19 de la que hizo parte. Su insistencia en desdeñar una moneda sana, es un grave disparate que intentó después disimular en vano en sus discursos. Es derecho fundamental que anheló la ciudadanía occidental desde antes de la revolución francesa. En su autobiografía presenta ese logro democrático como una patraña del imperialismo. El derecho a que el gobierno de turno no disponga de nuestro dinero a su antojo, pesará mucho en esta elección.