Hace unos días estuvo de visita en Colombia el escritor liberal argentino Agustín Laje, lanzando su nuevo libro Globalismo.
Según las reseñas y entrevistas del mismo autor -porque aún no he tenido el gusto de leerlo, aunque está en turno en mi mesa de noche-, el libro propone una reflexión alrededor de las fuerzas de poder contemporáneas. Argumenta Laje que, a través del discurso globalista, estas fuerzas pretenden implantar una ideología de dominación mundial donde, desde la ingeniería social, se le entrega la soberanía de las naciones a organizaciones supranacionales como la ONU (con su Agenda 2030) para que dirijan los destinos del planeta.
En entrevista con la FM el argentino, férreo contradictor de Gustavo Petro, alertó sobre los riesgos que ya experimentamos en carne propia en países como el nuestro, al entregar la gobernanza mundial a unos órganos burocráticos cuya pretensión es capilarizar e inocular unas ideas homogeneizantes, en una Batalla Cultural (batalla por las ideas, valores y creencias) financiada por organizaciones “filantrópicas” como Open Society de Soros o la Fundación Gates; y que al día de hoy van ganando con ventaja.
Como diría Javier Milei en su discurso ante la ONU de hace un par de meses, la Agenda 2030 si bien repleta de buenas intenciones, no es nada diferente a un programa de gobierno de corte socialista global, que amenaza la vida, la libertad y la propiedad. Este modelo que ataca de forma devastadora el valor del individuo, se convirtió en causal de sufrimiento diaria en países como este, en los que además tuvimos la desdicha de elegir un presidente que lleva en la sangre el resentimiento, pilar de las políticas colectivistas, y cuyo impacto no es otro que la profundización de la pobreza y la desigualdad a la que tanto rehúyen, en la retórica, los mismos globalistas.
En la vida real, la implantación de las políticas colectivistas -ordenada por algo así como 85 señores sentados en cómodos sillones en un recinto de un órgano burocrático-, en amalgama con la primacía impuesta de la cultura woke; no solo corroe los principios legado de la Ilustración que han servido de cimiento a la civilización occidental, sino que, supone una inversión de valores que nos ha llevado como sociedad a la peligrosa distorsión frente a la percepción de lo bueno y lo malo.
En el mundo, pero particularmente en Colombia, estamos perdiendo la batalla cultural. Gracias al Gobierno de la Potencia Mundial del Amor (y no lo catalogo de esa manera por lo de los moteles en Cali para la COP16) se ha deformado tanto el pensamiento, que hoy podemos decir sin temor a equivocarnos que tenemos un sistema que protege al victimario y oprime a la víctima, que privilegia los derechos del delincuente en sacrificio de los del vulnerable, que ofrece garantías y curules para quiénes nos han desangrado sin piedad y se las viola descaradamente a quién los combatió y evitó que este fuese un Estado fallido. Un Estado al servicio de la venganza del crimen.
Decía Abelardo de la Espriella en una charla de esta semana de Defensores de la Patria (y yo suscribo cada una de sus palabras), que quiénes hoy nos ganan la batalla, muy hábilmente quieren desviarnos de la discusión neurálgica arrodillándonos al “ideologismo mesiánico”, haciéndonos creer que esto se trata de izquierda/derecha para seguir acorralándonos. Y no. No es así. La pugna real que estamos enfrentando se refiere es a lo correcto vs lo incorrecto, lo honesto vs lo deshonesto, lo moral vs lo inmoral, el pasado vs la civilización. Esa es la batalla que estamos librando y es ahora cuando todos los que creemos en la libertad tenemos que pararnos combatientes, con fuerza, con determinación, con coherencia, sin complejos. Hay que dar esta batalla y hay que ganarla. El precio de no hacerlo, es muy alto y se paga a cargo del futuro y los sueños de sus hijos y de los míos.
Propiedad o comunismo, subsidios esclavizantes o capacidades individuales, estado avasallador o libre empresa, penas o Impunidad, orden o caos, democracia o autocracia, libertad u opresión. Usted define.