Este capítulo observado en el país, en todos los lugares habitados por el “pueblo soberano”; según lo dispuso la constitución promovida por la arbitraria séptima papeleta. Un delirio de la conciencia y provocando al mismo tiempo inconscientes satisfacciones. En síntesis, se demuestra la teoría del maestro Rotterdam, quien en son de burla hace un elogio alrededor de los engaños que se usan para cautivar a los esclavos, cautivos que por instinto abandonaron sus ideas racionales: “¿Qué poder llevó a los salvajes a reunirse en sociedad sino la adulación?”, pregunta este irónico autor y responde: “Esta locura engendra la ciudad, mantiene los imperios, las magistraturas, la religión, los consejos, y la justicia, porque la vida entera del hombre no es otra cosa que un juego de locos”. La democracia, hipotéticamente, deriva de la soberanía del pueblo y siendo ello así el que gobierna cautiva a los gobernados y estos son individuales, interesados en sus afanes económicos y eligen por aberraciones y no por intereses colectivos.
La historia, analizada desinteresadamente, comprueba la contrariedad. El gobierno es la voluntad de los monarcas y estos se alían con los burócratas para que los sostengan y, a su turno, los destacan y les reparten la fuerza de su dominio para desvirtuar las razones de la comunidad. Por supuesto, el derecho del gobernado son afirmaciones utópicas, desenlaces aprendidos de las lecciones de Thomas Moro, porque la experiencia demuestra que al empleo se arriman los servidores para obtener el sueldo y, de paso, el serrucho con la corrupción y el engaño.
Y todo lo sostenido en estos párrafos es el resultado de lo observado en los días dramáticos vividos: un conflicto entre todos y, todos a una y una a todos, restringiendo sus ideas y rechazando las del otro, pero no como cumplimiento de la razón sino desenlace del egoísmo. Esta conclusión se obtiene compartiendo el examen que Freud hace a raíz de la consulta que le hizo Einstein, presidente, sobre las causas últimas de la violencia mundial: “¿Hay algún camino para evitar a la humanidad los estragos de la guerra?”. La respuesta es extensa y científica, pero sintetizando la lección, se transcribe un punto importante: “Solo es posible impedir con seguridad las guerras si los hombres se ponen de acuerdo en establecer un poder central, al cual se confiera las soluciones”.
Hay que educar a los hijos de Dios para que practiquen la democracia, racionalmente. Siguiendo las reglas predicadas por Confucio: hay que respetar si se quiere que se respete. Un principio elemental de sentido común y hay que enseñarlo para que el ser humano tenga la seguridad de su amable existencia. Lecciones repetidas por Cristo: “No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses… Yo te digo: Amad a vuestros enemigos”. En Colombia esto se ignora, se alaba la violencia.