Quien no entiende un gesto no entenderá un discurso, dicen los árabes. Y en cambio quien cree en el eslogan, estará abierto a toda manipulación. A fines de los turbulentos años sesenta el escritor Norman Mailer intentó ser alcalde de Nueva York, y acuño la frase “No more shit”. (No más M.)
Sin embargo, los votantes ratificaron su afecto por el fertilizante y no fue electo. Optaron por preferir lo “malo conocido que lo bueno por conocer”, lo cual bien puede ser un elogio tácito al incesto.
En las universidades norteamericanas no resultaba insólito el gesto de que alguien se bajara el pantalón y apuntara su trasero al honorable público que lo abucheaba.
En Colombia un rector de la Universidad Nacional hizo lo propio, se hizo famoso y logró lo que no obtuvo Mailer. Fue electo alcalde de Bogotá. Allí utilizó signos para educar la mentalidad colectiva. Y mostraba tarjetas amarillas a los peatones o conductores descuidados, o de color rojo para algo peor, como lo hacen los árbitros del futbol. Algunos de sus alumnos de semiología especulaban que su éxito con la exhibición de nalgas se debía a que fue el único político que había probado más allá de toda duda, no tener rabo de paja…
Y otros se lo atribuían a su sinceridad, ya que por lo regular los candidatos solo muestran la verdadera índole de su trasero después de electos.
En cambio, otro más alcanzó la presidencia con una ayuda masiva del narcotráfico, y cuando ya era demasiado evidente optó por decir que el dinero había entrado “a sus espaldas” como si él mismo fuese una rechoncha alcancía zoomórfica. Ahora sus familiares están en la liga de la decencia señalando como indignados fiscales, a otros. A su gesto no le falta razón, pero no a su selectivo silencio.
Mussolini en sus discursos recurría a gestos de opereta italiana. Varios lo imitaron. Entre ellos Fidel Castro que bregaba aumentar el turismo norteamericano a la isla, mientras se declaraba antimperialista. Y entregó su delicada soberanía al imperio soviético, mientras este duró.
Mussolini exigía a los italianos en sus arengas: “¡dejen de pensar y crean en mí!”
En Colombia las huestes derechistas repiten “¡Lo que diga Uribe!”
Sufrimos esa dimisión de criterio colectivo. El actual presidente tardó más en conseguir vacunas anticovid que Cuba, Venezuela o Nicaragua.
Mientras el caudillo aclimata con guiños la presidencia para su hijo como en una dinastía.
Se están suicidando con gesto de bonzo en las llamas. Solo que este no es en aras de un sacrificio sagrado sino por riñas sin horizonte.
Presentaron otra Reforma Tributaria, que, como en la obra de Oscar Wilde “no puede decir su nombre”. Y si se necesita, es por la inoperancia de las otras, hechas por ellos mismos. Gravan a los pensionados. Dejan vigente el terreno para que se subleve el país en las urnas. Y suscitan con nostalgia la gran vigencia del eslogan de Norman Mailer.