En un país cada vez más polarizado, y ahora con el reavivamiento de rescoldos criminales de vándalos destructores en varias ciudades del país, no le hemos dado la trascendencia que merece haber la noticia de Glencore sobre la adquisición a sus socios de la totalidad de las acciones en el complejo carbonífero del Cerrejón.
La decisión anunciada por Glencore consiste en un negocio cuyo valor asciende a los US$ 588 millones, en virtud del cual esta empresa suiza queda como única accionista del Cerrejón, después de comprarle a sus socios Anglo América y BHP las participaciones accionarias que estas dos empresas poseen por terceras partes en el complejo minero del Cerrejón, la segunda mina a cielo abierto más grande del mundo. Esta noticia se une a la que divulgó Drummond hace algunas semanas para aglutinar en una sola empresa varios títulos mineros que posee en la cuenca del Cesar.
Estas noticias tienen especial significado en un momento en que algunos comentaristas se estaban apresurando a extenderle al carbón certificado de defunción. Es evidente que este combustible fósil aparece como el patito feo en todos los cuestionamientos que últimamente, y cada vez con más fuerza, se escuchan contra las energías fósiles. Y ello es cierto. Pero no es menos evidente que Colombia tiene magnificas reservas de carbones térmicos de muy buena calidad en la cuenca minera del Cesar a la Guajira; que ha hecho allí inmensas inversiones en los últimos 40 años; que cuenta con un ferrocarril (Fenoco) que recoge a lo largo de su trayecto los carbones allí producidos para llevarlos a un moderno puerto de exportación que tenemos en la Guajira. Es igualmente cierto que los empleos que allí se producen son inmensos, como lo son también los impuestos y las regalías que perciben los municipios y los departamentos donde están ubicados los yacimientos carboníferos. Esta es una inversión que el país no puede dejar tirada en mitad del camino, así algunos malquerientes del carbón lo quisieran bajo el entusiasmo de consideraciones ambientales y del cambio climático.
En este sentido Colombia es un país especial: estamos haciendo y debemos continuar los esfuerzos para diversificar la matriz energética con fuentes fotovoltaicas y eólicas. Pero al mismo tiempo tenemos demasiada inversión social ya sembrada en esta cuenca del Cesar-Guajira como para que nos sea indiferente lo que acontezca en el mundo del carbón. Por eso la noticia originada en Glencore, y la magnitud de la inversión que ella entraña, son una voz de confianza en el carbón colombiano. Cuando otras mineras se están saliendo del negocio del carbón.
El mercado del carbón que siempre va de la mano de la suerte del petróleo ha tenido un notable repunte en los últimos días. El precio de la tonelada del carbón térmico colombiano que llegó a estar a niveles de US$ 30-40 dólares no hace mucho tiempo, ahora ha tenido un interesante repunte hacia niveles de US$ 80-100 dólares la tonelada. Seguramente esta evolución del precio del carbón jugó un papel importante en la decisión anunciada por Glencore. Al mismo tiempo, las cotizaciones Brent (término de referencia para el crudo colombiano) han tenido un alza rotunda en las últimas semanas hasta alcanzar cotizaciones de US$ 70-75 el barril. Todo esto debido a que el mercado internacional de la energía está percibiendo que la recuperación de la economía mundial está tomando fuerza, y empiezan a quedar atrás los estragos de la pandemia en buena parte de los países industrializados.
Si bien el consumo de energía está orientándose cada vez más hacia energías renovables y menos hacia combustibles contaminantes como el carbón, un jugador importante en la economía mundial como es la China, y en general los mercados asiáticos, siguen creyendo en el carbón; continúan construyendo generadoras a base de carbón; y por lo tanto siguen siendo demandantes confiables del nuestro carbón. Tanto más en un momento en que la China tiene rotas relaciones comerciales con Australia que era el otro gran proveedor de carbón al mercado chino.
De manera que los sueños de nuestro novelista Jorge Isaacs, cuando en el siglo XIX descubrió las vetas carboníferas del Cerrejón, parece que no van a convertirse por el momento en las terribles pesadillas que algunos presagiaban.