La palabra perdedor, se ha convertido en término ofensivo, en una forma de insulto verbal que no existía antes en Estados Unidos.
A mitad del siglo anterior, en el gobierno Eisenhower, “looser” se usaba (por los que éramos niños como por los mayores), para calificar a alguien que hubiese perdido en un juego. Se trataba de un modismo, lúdico en todo caso tenía una cargatura distinta a la insidia de un descalificativo.
Correspondía a la época del colosal despegue norteamericano, el gran sueño de la opulencia tras el triunfo de la segunda guerra mundial, y la mejoría social de los sectores pobres o medianos. Pero hacia los finales de ese siglo ya la carga de la palabra se trocó en un insultó contra los desfavorecidos, o para quienes no hubiesen obtenido determinado estatus.
El término devino en adjetivo peyorativo. En insulto social. En descalificativo.
Esa mutación del lenguaje reveló lo que ocurría en las placas tectónicas de la sociedad, es decir en el imaginario colectivo.
La generación de los Baby Boomers que se beneficiaron del avance material apreciable tras la guerra, ya tenían hijos o nietos a los que no les fue tan bien en ese engranaje. Y muchas de las nuevas generaciones alcanzaban la edad madura, viviendo en la casa de sus padres o de sus abuelos sin mayor esperanza de lograr conseguir la propia.
El cambio tectónico de las capas sociales se evidenció en la procacidad del presidente Trump de forma franca, directa, agresiva y en suma algo primitiva. Él ahora utiliza, ya sin pudor, esa invectiva. Incluso contra el ejército, o contra quien ha escogido una profesión no especulativa como camino.
Es la sustitución moral del espíritu humano, por el simple lucro. Postula que el ganador, el Winner, se queda con todo. Con el dinero, con la honra, y con el derecho de humillar a los Loosers. El sentido de “Ser” ha sido vaciado del todo por el apetito del tener. El ánimo de lucro exaltado como virtud acabó por subsumir todo en su opulenta miseria.
Cierto es que en el calvinismo la riqueza es señal de ser un elegido de Dios para la salvación. Pero Calvino al fin y al cabo tuvo un origen católico, religión para la cual la caridad como amor que construye es la esencia de su ética. Cuyo imperativo moral es aliviar esa pobreza.
Pobreza que no es forma del ser, es circunstancia. Nadie es un looser, es un ser humano en circunstancias desventajosas. No se trata de compadecerlo sino de hacer posible su resplandor, de empoderar su valiosa esencia.
La concentración planetaria de la riqueza en pocas manos, en unos cuantos países, ha generado un mundo agobiado, en el que la población se duplicó, mientras se triplicó la explotación del planeta en beneficio de grandes trasnacionales en las últimas generaciones. Los milénicos no tienen las posibilidades de sus abuelos, de ser un “Winner”, y pagaran la hipoteca de la sobreexplotación, del progreso planetario al debe.