MARÍA CLARA OSPINA | El Nuevo Siglo
Jueves, 29 de Marzo de 2012

La sal

Para descansar del tema político escribiré sobre la sal, aunque pensándolo bien la sal ha sido muchas veces, en la historia, un motor político.

Recordemos la Marcha de la Sal encabezada por Mahatma Gandhi en marzo de 1930 para protestar por el monopolio y los impuestos a la sal cobrados por los británicos a los habitantes de la India. Iniciada con un puñado de sus discípulos, atrajo una inmensa multitud de seguidores en su ruta desde Ahmadabad hasta el Océano Índico, donde el líder indio retó a las autoridades británicas secando agua marina para producir su propia sal. Más de 60 mil seguidores de Gandhi fueron encarcelados como ladrones de sal. Fue este el comienzo de la lucha por la independencia de la India.

La sal marina, llamada “el regalo de Neptuno”, es rica en yodo e indispensable para la salud humana. La sal de mina es la única roca en nuestra alimentación diaria. Este mineral es un verdadero regalo de Dios por su poder preservador de alimentos y por ser el gran condimento.

Desde el comienzo de la existencia del hombre la sal ha sido considerada un tesoro. Aquel que la poseía era rico. En muchas culturas fue usada como moneda de pago o de trueque, de allí la palabra salario, o pago con sal.

Al llegar a las costas del Nuevo Mundo, los españoles supieron de la riqueza de sal que existía en el interior y siguiendo su rastro encontraron las tierras del Zipa, ricas en sal de roca, la cual intercambiaban por oro y esmeraldas de otras regiones.

Recuerdo siendo niña las misas domingueras en la Catedral de Sal de Zipaquirá. Se entraba a pie o en carro y desde el primer momento el olor del mineral y la oscuridad de los túneles me parecían sobrecogedores. Única en el mundo, esta basílica es visitada anualmente por cerca de medio millón de personas.

En Suramérica están algunos de los salares más grandes y, sin duda, los más bellos. Uyuni, en el altiplano boliviano, es el más extenso y a 3.656 m. sobre el nivel del mar el más alto. Lo sigue Salinas Grandes, en Argentina, y Atacama, al norte de Chile. En La Guajira, al borde del Caribe colombiano, se encuentran los salares de Manaure.

Estas planicies de sal se embellecen con flamencos: andinos, chilenos o de James, unos rosado pálido otros rosado profundo, con alas bordeadas de negro.

Recientemente visité, en las proximidades de Salzburgo, ciudad que debe su nombre a las minas de sal de sus alrededores, los románticos pueblos del Salzkammergut, los cuales abastecieron de sal al centro de Europa por siglos.

Hoy, en las cocinas del mundo están de moda las sales especiales, algunas tan extrañas como las negras volcánicas de Hawai, o la costosa “flor de sal” francesa.

Sal nos ponen en los labios cuando nos bautizan. La sal es nuestra inseparable compañera de vida.