Los golpes de prensa
Parece que la prensa de papel es un anacronismo. Tras la revolución informática de los años 80, se trataría de un uso sobreviviente. Algo así como pompas fúnebres tiradas por caballos negros engalanados.
No es que deje de existir, es que, quizás, se trate de un modo de comunicación demodé. La mayoría de los columnistas replican hoy sus artículos en la red. Los editores de libros están en el mismo predicamento. Hoy en Londres uno pasa por una librería pregunta por un texto. Consultan la base de datos. Y en esa base hay cerca del millón de volúmenes. Encuentran muy probablemente su pedido y delante de él le imprimen el libro, se lo empastan. Es una transacción que tarda menos de media hora.
El sistema global de Amazon, tan práctico, aún si aquí es engorroso por la forma de pago, está quebrando sin alharacas varias librerías cada trimestre. Las ediciones digitales han producido un fenómeno curioso. Hay más escribidores que lectores. Más personas en capacidad de infligirle un libro al prójimo sin necesidad de exponerse al rechazo de las editoriales. Estas, por lo demás, también sufren la crisis del caballo tras la invención de la locomotora. Hay caballistas todavía. No falta el mandatario tropical como el tirano Stroessner que se jactaba de su estabilidad en la silla de montar. Pero notoriamente son gustos preurbanos.
La red con sus comentarios inmediatos tiene unas ventajas sobre la TV y la prensa. La primera y más evidente, es no depender de conglomerados financieros para sobrevivir. Es participativa de doble vuelta. Suscita respuestas inmediatas. Sin censura. Eso logra romper el cuello de botella de la prensa occidental que dice defender la libertad de expresión cuando en realidad defiende la libertad de empresa. Y esa última llega a ser incompatible con la primera. La gran mayoría de la población no tiene canales de expresión.
Los grandes conglomerados imponen la presbicia de sus intereses a través de esos medios masivos de manipulación mediática. Sea Murdock, Sarmiento, o Santo Domingo, los gobiernos pierden capacidad de manejo ante esos titanes del interés particular. Pobre el ministro de Hacienda que intente poner en cintura a la plutocracia rampante del sector financiero. Por supuesto la respuesta total a estos perturbadores del equilibrio social no está sólo en la red. Pero es en ella donde se palpa mejor la sensibilidad nueva. Y en ocasiones su perpleja indignación.
Lo que queda de la prensa tiene que mirar a la red, como un malabarista para no estrellarse. O, al menos, para no desvanecerse en un ligero anacronismo.