Si hubiera que escoger una palabra para caracterizar la forma en que el mundo entero asiste a las elecciones de mañana en Estados Unidos, esa palabra sería morbo: un interés malsano alimentado por el atractivo a veces irresistible de lo turbio, lo escabroso; una pulsión que resulta de la estimulación de reacciones enfermizas, y al mismo tiempo, las alimenta.
Quizás la morbosidad es inherente a toda contienda electoral (el solo hecho de llamarla así es prueba de ello). Pero, como todo, la morbosidad debe mantenerse en sus justas proporciones. Quizá el exceso de morbosidad que rodea la contienda entre Trump y Harris no sea tan gratuito, y refleje precisamente eso: el punto inusual al que la política estadounidense se ha vuelto malsana, hasta devenir turbulenta, incluso escabrosa.
El morbo electoral que suscita y acompaña el 5N (y que, previsiblemente, sólo habrá de agudizarse después) es casi omnipresente. Está en los gobiernos, en los corredores diplomáticos, en las organizaciones internacionales, que intentan “prepararse”, “blindarse” frente al eventual resultado y “minimizar” o, de algún modo, “controlar” su impacto. Hay que ver el morbo que ponen algunos analistas en sus juicios, plagados de adjetivos, y en el tono oracular de sus cábalas. Hay morbo, también, en la atención que se presta a las salidas en falso (o en posverdad) de los candidatos; en el obsesivo chequeo de datos al que se someten sus declaraciones; en el detallado inventario de las palabras que emplean, con base en el cual los expertos establecen la competencia lingüística de cada uno de ellos; en el análisis demográfico de sus simpatizantes, del que otros expertos derivan la inteligencia de unos y escaso cacumen de otros. Ni que decir tiene el morbo de los modelos predictivos, según los cuales los indicadores económicos se decantan por Harris, mientras que las encuestas y los mercados se inclinan por Trump. (Dicho sea de paso, en 7 de los 10 modelos más reconocidos, el expresidente se lleva la ventaja).
No es para menos. La política se ha convertido en un morboso espectáculo, y en cuestiones de entretenimiento la cultura estadounidense es arquetípica. Espectáculo el de la candidatura de Biden, el de su renuncia y su sustitución; y el de las causas que enfrenta Trump en los estrados. Espectáculo el de la (probada) interferencia extranjera y el de las (previsibles) denuncias de fraude en los comicios de la democracia más importante del mundo. Espectáculo el de Elon Musk, interviniendo en la campaña de Trump con todos los medios a su alcance; y el de las maromas de Harris para caminar la cuerda floja de la inanidad y las contradicciones. Espectáculo el de las celebridades, interpretando el papel de brújula política y moral de la ciudadanía. Espectáculo el de la incertidumbre que se anticipa para las horas poselectorales, y en general, para todo el interregno; y el que entretanto darán los candidatos y sus simpatizantes. Espectáculo el que podría verse ante los tribunales, si el proceso acaba en manos de unos cuantos jueces.
¡Como si la situación estuviera para eso: para sentarse en el sillón comiendo palomitas de maíz mientras se proyecta una película!
* Analista y profesor de Relaciones Internacionales