“¿Cómo el Eln se desplaza de Arauca a Norte de Santander? No sé… Algún tipo de información debimos tener y no la tuvimos”. Así, en medio de su desafortunadísima intervención sobre la terrorífica situación que se vive en el Catatumbo, el presidente Gustavo Petro no solo tejía su narrativa sobre lo que ocurre en la frontera, sino que dejaba en evidencia manifiesta la desidia que siente por los territorios y “las gentes” del país, en período no electoral.
No sé. Decía Petro, mientras se explayaba en una diatriba de las suyas. Esas que tanto disfruta por su efecto aún hipnotizante en las mentes obtusas o resentidas de colombianos que siguen respaldando su mandato, en las de políticos oportunistas que saciaron su apetito de poder a su lado (aunque como las ratas, ya empiezan a abandonar el barco porque “vamos por la unidad” o “voy a dedicarle tiempo a mi familia que es lo único que vale la pena”), y en las de uno que otro díscolo de la comunidad progresista internacional, que se derrite ante cualquier atisbo público de la agenda woke o de sermones refritos como el de la obispa Mariann Edgar Budde.
En una reflexión acompañada teatralmente con voz temblorosa y compungida, Gustavo manifestaba que “Uno aprende también de los fracasos. Y allí hay un fracaso. Un fracaso de la Nación”. (O sea un fracaso suyo y mío. No de él exclusivamente).
Así, muy a su estilo, asume una responsabilidad tan hábilmente turbia como para no darle la cara al país -enfrentando el hecho de que él y su nefasta gestión son los causantes del dolor que sufren decenas de miles de compatriotas-, pero tan expresa como para lograr activar su comité de aplausos digitales que, materializando la sicología de masas de Carl Jung, acuden como dóciles áulicos ante el llamado del jefe del cuartel que pide mover la línea ética.
En un plan perfectamente articulado, que no debería causarnos ni el menor asomo de estupor, el presidente Petro empieza por fin a tener entre sus manos el escenario anhelado para poder materializar un Estado de Conmoción Interior que le permita gobernar por decreto y atentar, con salvaguarda legal y legitimidad amañada constitucional como lo hacen gran parte de los dictadores modernos, contra las libertades ciudadanas y la democracia.
Y es que el entramado, que iba a engranar perfectamente, solo necesitaba tiempo de maduración. Primero, y después de defraudar a millones de votantes que acompañamos no a un personaje a la presidencia sino la continuación de unas tesis en las que creíamos y que se habían probado con éxito, debilitar la Seguridad Democrática por orden del “Nuevo mejor amigo” del dictador vecino. Luego, vender la falacia de la paz (entendida esta como beneficios e impunidad absoluta para los criminales y humillación y satanización para la Fuerza Pública y demás detractores) para conminarnos a respaldar plebiscitariamente esa farsa y llamar guerreristas o paracos a todo el que se atreviese a controvertirla.
La suerte no los acompañó en ese episodio y derrotados en las urnas, pese a toda la grotesca manipulación que infligieron, no les quedó de otra que robarse el plebiscito e imponerlo a pupitrazo limpio (como les gusta gobernar) con la ayuda de muchos de los miembros actuales del alto gobierno. Más tarde, y tras su derrota en los comicios, no quedaba de otra que utilitarizar a los “jóvenes” para incendiar el país, difundir su perversa narrativa de resentimiento y “justicia social” y nuevamente hacerse al poder con el más peligroso de sus líderes. Y bueno, luego llegó Petro y la historia ya la conocemos, pero se las resumo: Nuevamente vender la falacia de la paz, que por efectos de re-branding, esta vez llamaríamos “La Paz Total”. Con ello retomar el rumbo perdido que entregaba el territorio a las fuerzas delincuenciales, mientras distraían creyentes diciendo que, a punta de diálogo, Colombia sería la Potencia Mundial de la vida; y, en el entretanto, hacerse a la Corte Constitucional y a la Fiscalía que podrían llegar a estorbar a sus propósitos.
El objetivo ambicionado, lograr generar un caos total donde, como dijo el doctor Juan Lozano, los únicos desmovilizados serían los miembros de la Fuerza Pública y el territorio estaría a merced de los bandidos. Con ello no necesitaríamos una constituyente, sino que a punta de decretos con fuerza de ley derivados de la declaratoria del Estado de Sitio, ¡tarán! chao democracia, chao elecciones. Bienvenida Dictadura.
Muchos y muchas veces lo advertimos, mientras el sector bienpensante rancio, que hoy sale en X a rasgarse las vestiduras como incautos defraudados en su buena fe, nos tildaban de “extremistas”.
Nosotros sí sabemos cómo el Eln y las Farc llegaron y eso, no solo tiene que ver con la frontera compartida con Venezuela que conecta Arauca y Norte de Santander -aunque también-, sino con el deseo de Gustavo Petro y de sus compinches venezolanos, de que así sea.
Recordemos esta columna la próxima vez que vayamos a una urna.