El momento actual, no solo del país sino del mundo es algo confuso, especialmente por el enfoque que las sociedades le dan a ciertos valores como la honestidad, la fidelidad, el respaldo a la autoridad, el apoyo al vecino y otros de público acuño moral, que se vienen convirtiendo en conceptos a interpretar o traducir de acuerdo a los intereses personales, rumbo que por lógica le da paso a un individualismo desbordado, acompañado de una buena dosis de insuficiencia para enfrentar ciertas eventualidades que a diario se presentan en diversos escenarios, donde el profesionalismo y compromiso de parte es una exigencia irrenunciable; lo anterior sin contar la ambición que acompaña al ser sin ninguna excepción.
Este estado de cosas el ciudadano de hoy lo interpreta como su derecho, un derecho que las autoridades tienen la obligación de garantizar y defender, nadie pude usurpar su derecho, ese que invoca a cada paso cuando siente control, observación o vigilancia sobre sus actos y procederes, olvidado que a él le asiste la responsabilidad de cumplir preceptos para con la ley y los mismos conciudadanos, responsabilidades que en muchas ocasiones son desentendidas, alegando poca socialización de las normas.
Estas visiones ciudadanas tan traídas de los cabellos tienen un origen bien claro, y es la ignorancia de las leyes, reglamentos y demás normas que rigen las relaciones, incluyendo la observancia de las buenas costumbres en comunidad, como norma rectora. Pareciera que algunas comunidades tuvieran una percepción errada de entorno que las tutela, grupos faltos de sensibilidad para relacionarse con cultura, respeto, buenas maneras y compromiso fraternal, que son los medios para lograr el buen vivir en la colectividad, donde el respeto por las personas y las autoridades juega un papel primordial en el diario vivir. Pareciera que el mundo necesita una reingeniería global hacia la cultura, utilizándola como manivela de transformación.
Urge recordar a los ciudadanos, de todos los niveles, que las autoridades luchan por satisfacer sus necesidades como la salud, la educación, la infraestructura vial y demás penurias para lograr su realización personal. Como nuestra preocupación es Colombia, las anteriores consideraciones nos pueden servir de base para direccionar una serie de actividades hacia la juventud, que es, en últimas, nuestra fortaleza, apoyándonos en colegios y universidades por ser instituciones responsables de potenciar valores hoy relegados, ignorados o simplemente dejados de lado por las administraciones. Las instituciones, especialmente la fuerza pública, cuenta con el potencial necesario para cubrir programas nacionales de acercamiento poblacional y potenciación de valores, sin olvidar la familia como eje principal, pues a los padres les cabe la responsabilidad de dinamizar los preceptos, la doctrina y valores, principios perdidos con el tiempo o caídos en desuso por falta de control y compromiso de todas las capas sociales.