La Nicaragua de la dinastía Somoza ha pasado a pertenecer a la familia Ortega. El júbilo por la caída de esa tiránica dinastía probó ser una quimera histórica, similar a la caída de Batista en Cuba que dio paso a una hegemonía de los hermanos Castro.
Ambas liberaciones tenían en común la esperanza de una mayor libertad y congregaron el entusiasmo colectivo, y el apoyo internacional. Tenían también en común la fe de los que protestaban, pero estos no podían sospechar que entre los protestantes había un grupo cuya motivación real era crear un estado en el que toda protesta estuviese prohibida. Otro tanto ocurrió en Venezuela con el advenimiento del caudillo Hugo Chávez. Las tres naciones se salieron de la órbita imperial de Estados Unidos, corrieron ese riesgo en nombre de la soberanía, y las tres terminaron sometidas de una manera más férrea al poderío ruso o, ahora, al chino. Mientras, sin sindéresis tras hacer una revolución “antiimperialista”, culpan a Washington de sus desastres.
Hoy Nicaragua ha sufrido la típica involución de su economía, cada vez más depende de productos como el café. Como le ocurrió a Cuba con el azúcar en el siglo pasado. Y a la otrora poderosa Venezuela con el petróleo. Así llegaron al hambre. Ninguna de las tres logró industrializarse. No lograron lo que los economistas llamaban treparse en el bejuco del progreso de Tarzán, cambiando de escalas. Siguieron dependieron de las materias primas, en lugar de pasar a las industriales de mayor valor agregado. Pusieron a ministros sin la menor preparación en economía, como el Che Guevara en Cuba, a fijar el rumbo. Y lo irónico es que decían estar inspirados en una ideología del economista del siglo XIX, Carlos Marx, quien consideraba solo posible el socialismo en los países industrializados.
Al fijar la economía en productos como el azúcar, sellaron su suerte. Pero lo hacían con el ya perdido entusiasmo, proclamando una zafra revolucionaria que, si bien fracasó, los confirmaron en sus metas de mejorarla, es decir de quedar más y más sujetos a una materia prima dependiente de los monoxonios del mercado. Terminaron bajo la ignominia de la URSS… Cuando está hizo implosión por su notoria incapacidad, comenzó la época de hambrunas bien descrita por el novelista cubano Padura. Sin embargo, el Che (era médico) cimentó el desastre, tal como lo podría hacer un economista metido a cirujano. Mató al paciente, pero es tenido como un ídolo. En el mismo eufórico pedestal está Evita Perón, ante quien los argentinos necesitados pedían ayuda. Ella les entregaba dinero que sacaba del banco central argentino, y cuando se agotaba, le ordenaba al gerente que le enviase más. Emitían, vale decir empobrecían a los argentinos, y se aprestigiaba con los directos beneficiados. En la opera a favor de Evita, no se habla de inflación sino de su generosidad. Y de ese modo Argentina pasó de ser una de las diez primeras economías del mundo, al pobre peronismo actual.