La poesía es como Dios. No la vemos, pero está en todas partes. En la belleza de una cascada, en el mar inabarcable, en el cielo infinito, en la ternura de la madre, en el embrujo de un paisaje.
Hubo una época en que el “poeta era cosa sagrada”. Escribía los cantos al cielo, elaboraba los himnos religiosos y sus versos inmortales se tallaban en los muros de los templos para que el pueblo los memorizara a través de las generaciones. Borges repetía: “Yo no sé para qué sirve la poesía, pero lo único que sé es que sin poesía jamás podría vivir”. Cada verso de los grandes poetas encierra una verdad y despierta a las naciones a una nueva vida.
Después del pan de cada día, de nada tiene tanta necesidad el ser humano como de la felicidad. Y de hecho la busca donde puede, en la acción, en la riqueza, en el orgullo, en el estudio, en el amor. El placer satisface el cuerpo en forma fugaz. Solo la poesía, la cultura, el arte, lo espiritual, llena hondamente, sin fatiga, sin cansancio, sin límite. Un diamante alegra a su dueño, un bello poema se convierte en un bien de la comunidad.
Todo esto se nos ha ocurrido al leer y releer los muy inspirados versos de la calificada poeta Carolina Valero. Tiene buen sentido del ritmo y de la música, pero dándole mucha fuerza al contenido. La poesía de esta abogada y escritora tiene como soporte el siguiente trípode: “sentimiento, música y mensaje”. Los temas de esta humanista son producto de sus caudalosas experiencias: viajes por todos los rincones del mundo, lecturas, éxitos, reveses, alegrías, nostalgias, proyectos, afectos entrañables, sentimientos, desgarraduras, plenitudes.
Hay seres y eso ocurre con ciertos poetas que suscitan un interés tan grande, que más que leerlos hay que releerlos y memorizarlos. Unamuno escribió: “Mire varón, aunque no te conozco, te quiero tanto que, si pudiera tenerte en mis manos, te abriría el pecho y en el cogollo del corazón, te rasgaría una llaga y te pondría vinagre y sal, para que no pudiera descansar nunca y vivieras en perpetua zozobra y en anhelo inacabable”. Carolina Valero, canta lo que cante líricamente, cualquiera que sea el tema, siempre es la misma voz llena y musical, reflexiva y honda.
La poesía auténtica vive en función de entrega. La poesía surge de la vida. Detrás de un madrigal se oculta una vivencia, un recuerdo hermoso. Algo vivido en el pasado. La poesía que más perdura es la que sacude y llega a la raíz del alma. De Greiff escribió: “Esta rosa fue testigo, de ese, que, si no fue amor, ningún amor ha sido... Esta rosa fue testigo... El día no lo sé... Sí lo sé, mas no lo digo...” Quien hace poesía antes de los 20 años es un ser humano: quien hace versos toda la vida, es un poeta entero y verdadero.