Las clases pudientes tradicionalmente desarrollan sus matrimonios dentro de una regulación de la fecundidad. Solo los menesterosos, los ignorantes, los desnutridos y hambreados, hacen de la procreación un acto irracional y casi animal. De ahí la enorme descendencia, abrumada de problemas insolubles en el campo moral, educacional, afectivo y social. ¿Culpa de quién? De la ignorancia.
Los padres están en el deber de tomar conciencia en el grave problema de la explosión demográfica, en algunos departamentos y ciudades colombianas. La regulación de la fecundidad debe motivarse en altos intereses éticos y humanos, y no debe apoyarse en razones egoistas o de simple comodidad.
El matrimonio o la unión libre aunque dan derechos implican grandes responsabilidades. Los deberes para con la familia y para con la sociedad, indican claramente que cuando por razones superiores no se puede tener hijos, sin control, el embarazo de la madre entraña una dura e insoportable carga, que consciente e inconscientemente, repercutirá en la criatura no deseada, traumatizándola luego y ocasionándole graves e irreparables trastornos psicosomáticos. Debe obtenerse de los esposos o compañeros una aceptación honesta de sólo querer y desear los hijos que se está en capacidad de formar adecuadamente. Asi se conseguirá equilibrar la fertilidad con los recursos de que se goza.
En la actualidad, por fortuna, se ha impuesto la educación sexual y matrimonial en el sentido de planear los hijos que conviene procrear y levantar. Antes se había descuidado, o mejor olvidado imperdonablemente la educación de la familia.
Los hijos necesariamente deben ser útiles para la sociedad. Ello no se consigue si se convierte la procreación en ayuntamiento animal e irresponsable.
Todos sabemos que desde el punto de vista de la salud orgánica, psíquica y emocional, multitud de matrimonios y compañeros requieren de las relaciones conyugales completas. Y es cuando la educación y la responsabilidad afronta la situación más espinosa, pues hay esposos o compañeros que no lo entienden así, sobreviniendo frecuentemente los embarazos no deseados.
El matrimonio debe equilibrar en el hombre el sentido de la virilidad y el amor conyugal y en la mujer debe complementar su femineidad con la maternidad sin que los fáciles impulsos sexuales se desahoguen desaforadamente.
En Colombia se estudia para aprender un oficio o una profesión. Si embargo, el matrimonio que significa un cambio sustancial en la mentalidad de los contrayentes, jamás es motivo de una formación paciente, metódica y completa. Esto explica la precocidad de la mayoría de los matrimonios. En los colegios, escuelas, universidades, sitios culturales, ejército y empresas convendría trabajar por la implantación de nuevos patrones culturales en relación con la vida conyugal, edad para llegar a este estado y manera de resolver conflictos domésticos. Como el tema interesa a toda la sociedad, ella misma, en todos los estamentos, debe afrontar el asunto.
Es más humano no traer un descendiente, que arrojarlo al mundo agobiado de dolores, taras y frustraciones. ¿Para que aumentar los parias, los huérfanos y los desamparados?