Omito nombres que solo distraerían lo curioso de esta parábola.
Hace poco un psiquiatra respetado en el ámbito académico se dejó cautivar de la alocada política local en un país en estado de guerra interior.
Persona de conversación tranquila, si bien algo nervioso, solía compartir con colegas, amigos y discípulos los asuntos de vida y muerte que el país brinda con holgura para la reflexión. Gozaba seguro de un presente prometedor. Pero mantenía con generosidad su sensibilidad social. Cultivaba la razón como un crisol para que la realidad no decayera en cloaca. Como aporte había escrito un enjundioso libro sobre el derecho del género masculino a mostrar ternura.
Si el lector supone que esa novedad ya lo habían hecho las canciones populares y el arte, estará en lo cierto. Pero como justamente muchos académicos sufren de callosidad y requieren de discursos con filología, sin música y con tremendos pies de página, el texto tuvo éxito sobre todo entre quienes, es de temer, jamás habían escuchado un tango, un vallenato o un bolero en toda su vida.
Ese prestigio atrajo la atención de un caudillo criollo empecinado en acabar a bala a una de las guerrillas más aguerridas de un país vertiginoso en la que una de sus novelas cumbre “La Vorágine” empieza así “Antes que me hubiera enamorado de mujer alguna jugué mi corazón al azar y se lo ganó la violencia”. El caudillo, aprovechó al psiquiatra para nombrarlo ¡“consejero de paz”! Lo cual, por supuesto era una contradicción en términos, iba en contravía de toda su política, y en fin como la mayoría de las frases oficiales constituía un redondo oxímoron.
Pero el ingenuo psiquiatra no se percató de nada. Para usar el argot, no tuvo “disonancia cognitiva” alguna del horror que ese régimen llamado de “falsos positivos” estaba cometiendo.
Una vez en el cargo aceptó la entrega de un grupo de personas que se decían alzados en armas. En realidad, no pasaban de ser ladrones, paracos, traficantes o malandrines, en busca de beneficios. Así se lo advirtieron los vecinos del lugar, y la prensa.
Sin embargo, él quiso mostrar eficiencia ante su recio presidente. Contra viento y marea procedió a otorgarles los beneficios.
A todas estas se agravó su conflicto con los medios. Pretendió prohibirles que estuviesen presentes en actos que el belicoso caudillo quería publicitar. Y el caudillo en público, muy orondo, optó por la ternura.
El psiquiatra lo tomó a mal. Ante las cámaras de televisión, algo lloroso, se sintió herido por su venerado caudillo y amenazó con despechada renuncia del cargo. Pero se retractó después de ella. Con el tiempo se evidenció que la entrega de armas había sido fraudulenta. La justicia de natural moroso, lo condenó. Y el amante de la ternura del gobierno más violento que la historia nacional haya conocido devino en un psiquiatra ¡en busca de asilo! Tomó las de Villadiego, vale decir que se exilió. Sabrá dios en donde estará.