Esta semana de reflexión me permitió pensar en el porvenir de nuestras familias, hijos y nietos, encontrando que el panorama es inquietante pues nada es previsible, ni mucho menos programable; la incertidumbre del futuro para la humanidad es una constante y, claro, Colombia no se escapa a esta situación.
No es aconsejable hacer comparaciones sobre las diferentes épocas, seguramente en la juventud vivimos un tiempo donde la vida fue algo más previsible que el actual, la tecnología no atropellaba y los cambios se fueron dando paulatinamente. A eso se debe esa capacidad de planificación y programación que acompañaba a los ejecutivos del siglo pasado, donde la improvisación estaba fuera de contexto; sin embargo por esas calendas encaramos un tiempo bien complicado, salpicado de guerras, altibajos económicos, con un naciente desarrollo tecnológico que nos condujo a la alborada de nuevos e insólitos descubrimientos en diferentes campos. Tampoco Colombia se escapa de esta situación.
Colombia no ve con claridad el panorama por la variedad de alternativas. La humanidad ha empezado a sustituir la mano de obra por herramientas y tecnología, con lo que han desaparecido varias actividades, tareas y oficios, llevando al desempleo a una extensa franja generacional que clama atención y auxilio. Las relaciones sociales, familiares, profesionales y laborales, se han deteriorado por el distanciamiento personal, reemplazado o sostenido en las redes virtuales. Ante esta realidad el hecho de recapacitar causa pánico y desconcierto, obligándonos a buscar salidas más humanas y sensibles. Estos adelantos están cambiando el enfoque del diario vivir y es urgente retomar esos lazos de fraternidad que hacen grata la vida y potencian las relaciones; si desprevenidamente observamos la conducta del ciudadano despreocupado, podemos percibir lo ajeno que vive respecto a su entorno y congéneres, posición que da paso al abandono de la seguridad e integridad personal. Todo transeúnte lleva en la mano su celular y en la mente mil asuntos que lo aíslan del momento y el contexto en que vive; en tanto aquellos grupos desplazados por la tecnología, buscan medios de vida, muchas veces amenazando o atentado contra esa franja de personas desprevenidas y atraídas por equipos electrónicos que acaparan su atención.
Esta situación no puede continuar. Si el país tiene un norte éste será el despertar de una sociedad que, sin desconocer los adelantos tecnológicos y apoyada en ellos, teja un manto de compatibilidad entre los ciudadanos, prestos a acatar la ley y cumplir las disposiciones de orden y buen vivir, impulsándolos a sacar el mayor provecho de estos progresos para bien, comodidad y desarrollo del país. Es triste asistir a un panorama tan desierto, donde las autoridades permanentemente alertan la ciudadana sobre los peligros que la asechan y la respuesta es de autistas: totalmente despreocupados por su entorno, su seguridad y compromiso.