La premisa de la izquierda es que el presupuesto siempre debe subir. Sacarle todo lo que se pueda al sector productivo para que los ilustrados y sabios gobernantes de izquierda procedan, porque ellos sí saben lo que es bueno para el pueblo, a solventar supuestamente la pobreza y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.
Bogotá también cae en la misma retórica. Por eso, hace unos días, la mandataria anunció con bombos y platillos la mayor asignación presupuestal de la historia de Bogotá: ¡31,6 billones de pesos! ¡Un incremento del 32% respecto de 2021!
Lo irónico es que, efectivamente, nunca antes la ciudad había contado o percibido tanto dinero a su disposición, pero a la vez, parece que la ciudad en vez de avanzar, retrocede a pasos agigantados.
¡Pero no es falta de plata! El problema radica en las prioridades ilusas y la falta de gestión y capacidad administrativa de los mandatarios de la ciudad.
Para los alcaldes de izquierda el único fin verdadero del presupuesto es apalancar sus futuras ambiciones presidenciales con la carta de la ‘inversión social’ en la mano.
Mientras Claudia López justifica inservibles y costosos subsidios monetarios no condicionados y demás gastos que han demostrado ser superfluos en la reducción efectiva de la pobreza, la ciudad sucumbe a la inseguridad, se sume en la inmovilidad, se destruye su sistema de transporte masivo y, como las recientes lluvias lo acreditan, su infraestructura y alcantarillado en particular colapsa por falta de mantenimiento y actualización.
En este gobierno distrital poco o nada se ha avanzado en la conectividad vial de la ciudad. Los accesos a la ciudad se mantienen congelados en su insuficiencia sin perspectivas reales de mejoría, los retrasos en la expansión del Transmilenio y la ausencia de nuevas alternativas para reducir el abuso del sistema condenan al sistema a la ineficiencia, la decadencia y al rechazo popular.
La ciudad requiere robustas inversiones en pie de fuerza, cupos carcelarios, tecnología de seguridad, unidades de medicina legal y unidades de investigación especializada.
La ciudad está manchada, maculada de pintadas y garabatos. Zonas enteras sucumben bajo las ventanas rotas y el abandono. El crimen organizado y la delincuencia común campean. Los espacios públicos sucumben a la ocupación del comercio informal y los habitantes de calle desatendidos y desaforados.
La infraestructura vial decae de manera dramática, no se amplía y no se resuelven sus deficiencias de diseño.
La red pública de salud se mantiene en sus niveles de ineficiencia, las dotaciones hospitalarias se han retrasado y la recolección de residuos municipales es deficiente ante la complacencia de los interventores. Poco se logró en la transformación efectiva de la disposición final de residuos y Doña Juana se mantiene en pleitos.
El enorme presupuesto de 2023 no transformará ninguno de los anteriores problemas. Cuando Claudia López termine su mandato la ciudad seguirá igual de mal y no estará en la ruta de mejorar sino de seguir empeorando. Hay que cambiar, ¡elijamos bien en 2023!