Un día, creo que en Roma, viéndome indeciso ante un pobre de pedir, me dijo Francisco Vázquez -el que fuera embajador ante el Vaticano y tantos años un muy querido alcalde de La Coruña- que él, mientras estuvo al frente de la alcaldía, procuró crear centros de acogida, pero que recomendaba a sus paisanos que no dieran limosnas. Al venir de un socialista reconocido y, a la vez, católico practicante, me extrañó, y me proporcionó unas explicaciones bastante lógicas y racionales.
Me he acordado de aquella conversación porque, en Navidad, los pobres se hacen mucho más visibles. En verano, al pobre se le observa como si fuera un hippy de los setenta, una especie de figurante, pero en cuanto llega el mes de diciembre el pobre provoca desasosiego en las conciencias.
Es cierto que hay un sector, que se autodenomina progresista, que incluso le llama a la conmemoración del nacimiento de un niño llamado Jesús, "Fiestas de Invierno", y, otro, también tonto contemporáneo, pero de derechas, que cree que esto es un motivo para consumir lo que no se necesita, y gastar mucho más de lo necesario, como si para recordar el pesebre y la pobreza fuera necesario acercarse al lujo.
Basta observar ligeramente a tu alrededor para percatarse de que hay más pobres que hace tres años. Y, a lo mejor, si tienes paciencia, podrás observar unas extrañas furgonetas que, al cierre de los grandes supermercados, recogen al limosnero que nunca falta a la puerta de esos comercios (la mafia de la miseria organizada) y, si estás cercano a un comedor social, el aumento de la fila, en la que no falta gente ataviada con pulcritud, incluso con cierta prestancia.
Se trata de los pobres que nunca habían sido pobres, de ese descenso de la escalera social, donde se pasa, poco a poco a ese estado que, sin llegar a la indigencia, significa pasar hambre y frío.
Es paradójico que, cuantas más ayudas se anuncian, más pobres hay. Y he llegado a pensar si no sería más conveniente que el Gobierno, en lugar de invertir tanto tiempo en crear ayudas para los pobres, empleara su inteligencia -la que fuere- en propiciar un ámbito económico, donde no se fabricaran tantos pobres. Porque a este paso, todavía habrá que subir más los impuestos para aumentar las ayudas, pero si los pobres siguen creciendo por una mala gestión económica, España va a ser un país limosnero y Moncloa será una especie de Cáritas estatal. Y no creo que eso sea para cantar villancicos.