Tarde en la víspera me invitaron para Halloween a una fiesta terrorífica, en Ramat Beit Hakerem, Jerusalén, en Campos de Paz de Guivat Shaul, el más exclusivo e importante para los judíos, próximo a la Puerta Dorada y justo en frente del cementerio de los árabes, los únicos que se pueden dar el lujo de estar en primera fila a la hora del Juicio Final cuando, en decir de los profetas, Jesucristo, jubiloso y triunfante sobre el mal, habiendo librado satisfactoriamente la última batalla en Armagedón (monte Meguido) volverá a cruzar por esa puerta a Jerusalén, acceso que los musulmanes decidieron clausurar en la edad media, para evitar que al Mesías le diera por franquearla y hacer sonar las 7 trompetas, antes de tiempo, para acabar hasta con la alfombra persa del gato.
En derredor del cementerio, pude divisar telas de araña, brujas en aquelarre, gatos negros, fantasmas, calaveras, velas, murciélagos, vampiros, búhos, espantapájaros, todo enmarcado dentro un ambiente terrorífico, supuestamente apuntando a repeler los espíritus malignos, pero éstos se colaron de todas formas. Fue así como me topé con varios personajes de fábula, primero con la reencarnación de Drácula, Conde de Transilvania, en el cuerpo y alma del “hijo de Putin”, que sigue tragándose Ucrania, gota a gota de sangre. Estaba acompañado de su “nuevo primer amigo”, el regordete Kim Jong-Un, presidente de la Corea mala (la del norte) que se hace llamar dizque República Popular Democrática y que ya empezó a enviar soldados para ayudarle a Rusia a masacrar ucranianos.
En el corrillo fantasmal, me contaron que entre las víctimas fatales del tirano Kim figura su medio hermano, Kim Nam, quien se estrenó en el día de todos los muertos al ser atacado por un comando coreano en Malasia, en 2017, y que aquél asistió a una escuela estatal en Köniz, cerca de Berna, escondido bajo el nombre "Un-Pak" – que traduce precisamente lo que es: “Un-Paquete”- disfrazado como hijo de un empleado de la embajada coreana y que desde los tiernos 15 añitos se encariñó con los cigarrillos Yves Saint Laurent y con el whisky de marca Johnnie Walker, que consume desaforadamente, sobre todo cuando ve caer muertos de entre la larga lista negra de sus detractores.
Me topé, igualmente, con un selecto trío de fantasmas: Yahya Sinwar, líder del grupo terrorista Hamás (cerebro de la masacre de israelitas el 7 de octubre del año pasado), Hassan Nasrallah, líder máximo de Hezbollah, y Abbas Nilforoushan, vicecomandante de los Guardianes de la Revolución de Irán, tapados con máscaras de blancura sepulcral, recientemente borrados del mapa terrenal por las Fuerzas de Defensa de Israel, el primero en Gaza, los otros dos en Beirut.
Pero también estaban presentes en la fiesta el nuevo presidente de Irán, Masoud Pezeshkian, y Alí Jamenei, su primer iluminado, quien sucedió al Ayatolá Jomeini, ambos disfrazados con turbantes estrafalarios y a ellos se les unía el Conde de Petrogrado, reencarnación del Coronel Chávez Frías, que -a manera de disfraz- apuntaba en su testa el sombrero de Carlos Pizarro y en su hombro la toalla de Tirofijo, y entre los tres conformaron un coro de plañideras que lanzaban desgarrados lamentos al infinito implorando a su dios, Alá, venganza contra el pueblo judío, al que quieren sepultar.
Post- Halloween. Al final de la rumba, un par de duendes borrachos ulularon -con letra pegada- que Irán quería escalar la guerra y que Israel tenía ya armada, para el efecto, una escalera ad infinitum. ¡Qué miedo!