Retomo mi columna en El Nuevo Siglo, después de varios meses de silencio. Confieso el pánico de volver a escribir, pero creo que sólo puedo exorcizarlo escribiendo.
¿Por qué me silencié? Por cansancio. Cansancio como receptora. El exceso de emisión de noticias aturde al destinatario, la avalancha de opinión confunde. Pareciera, además, que ya todo está dicho y muy bien dicho, desde la cumbre de los "emisores calificados". Pero hay otra avalancha de opinadores de oficio que son quienes, con un celular en sus manos, emiten de manera frenética y compulsiva, inflamados por el combustible emocional que propaga la llama con rapidez.
Lo "saben todo" tienen el diagnóstico preciso y hasta "pontifican" sobre las soluciones y son incisivos al interpelar, casi siempre en tono de regaño, a todos los demás que no son ellos, porque "no hacen nada frente a la situación del país".
Los "opinadores calificados", en su mayoría se leen entre ellos mismos, opinan para ratificar sus convicciones y difícilmente se Escuchan. Les cuesta mucho trabajar en equipo y encontrar propósitos comunes.
El problema surge cuando se mezclan unos con otros, opinadores espontáneos y opinadores calificados, y la información se transforma en avalanchas de ruido que arrastran consigo grandes dosis de desinformación.
Para algunos es esperanzador verlos empoderarse como ciudadanos, pero ¿qué tipo de ciudadanos?
Si todo el mundo emite, ¿quién recibe? ¿Quién escucha? Vivimos inmersos en una torre de Babel que se va haciendo no sólo incomprensible sino inaudible. Alcanzar la atención del destinatario depende de los decibles virtuales empleados para hacerse ver, para hacerse notar, que es diferente a hacerse escuchar y comprender. Hoy es mucho más importante dominar el uso del instrumento, llámese redes sociales, que el contenido de lo que por allí se emite.
El ruido ensordecedor de las redes confunde, aísla y genera sentimientos de impotencia. Produce parálisis justo cuando el ciudadano cree estar mejor informado y además "capacitado para dirigir". Es como frenar y hundir el acelerador de las emociones, simultáneamente.
Hay un común denominador en los emisores, que puede ser consiente o no: "sólo yo soy dueño de la verdad y mi misión es comunicarla al mundo". Por ese detallito nos tienen dominados: por autorreferidos y por no reconocer los valores del otro.
La escena que contemplamos hoy es patética: aturdidos por la sobreinformación, pontificando y acusando a los demás por la inacción, mientras nos arrebatan las instituciones y hasta la capacidad de reencontrarnos con nosotros mismos, como seres humanos.
Y si todos emitimos, ¿quién escucha? El Presidente no escucha, los líderes políticos escuchan poco y los ciudadanos compiten por una oportunidad de ser visibles y ser Escuchados. Es un lugar común afirmar que no tenemos quién nos lidere. Yo creo que sí hay líderes y son muchos. Bastaría Escucharlos.
Y termino con una pregunta para la reflexión: ¿Quiénes tienen más capacidad hoy para escuchar a los colombianos, los líderes hombres o las líderes mujeres?