El 2023 será un año electoral lleno de incertidumbres, en el que se mezclarán las inquietudes y sospechas que aún gravitan sobre la capacidad e imparcialidad de las instituciones encargadas de llevar a buen término el certamen electoral, con las necesidades de un gobierno que navega en medio de reiteradas improvisaciones, pero que no parece dispuesto a resignarse a la eventualidad de una temprana derrota. Paradójicamente, es poco lo que se ha hecho para disipar los encontrados sentimientos que se han venido apoderando de la opinión, susceptibles de minar la credibilidad y legitimidad de los resultados de octubre.
Hubiéramos deseado que el señor registrador hubiese actuado con la misma celeridad y habilidad que le permitieron acceder al cargo, a pesar de las dudas sobre los requisitos de experiencia desestimadas por los entonces presidentes de las Cortes; o para superar las inconsistencias e irregularidades que se presentaron en las elecciones de Congreso, para que hoy su persistencia no afecte las elecciones regionales de octubre próximo. Por el contrario, sus propuestas de reformas al sistema electoral, aunadas a su reiterada contratación de operadores cuestionados y a su negativa a la aplicación de auditorías que aseguren confianza en la pureza de escrutinios, solo logran alimentar la creciente desconfianza que aflora sobre la independencia de los órganos encargados de ofrecer plenas y necesarias garantías sobre la transparencia de las elecciones. Es de tal magnitud la desazón que congresistas de la coalición de gobierno, las representantes Juvinao y Pedraza, han alertado sobre las millonarias contrataciones del registrador en temas con impacto directo sobre las modalidades del voto y del escrutinio que alterarían significativamente la garantías al respeto de la voluntad ciudadana.
Las recientes revelaciones en la plataforma Twitter de Elon Musk sobre la solapada intervención del gobierno ruso en nuestra elección presidencial dan cuenta de los nuevos instrumentos con los que resulta posible impactar la opinión en los escenarios electorales. El poder de los troles, con sus innumerables cuentas falsas en las redes sociales, y de los bots en los que se simulan seres humanos y sus opiniones políticas, dirigidos estratégicamente, constituyen maquinaria que supera con creces las herramientas conocidas para afectar la voluntad del elector y hacen que las redes no sean neutrales en el campo de la política y de las ideologías. Influyen en el voto de millones de personas y logran así anular o disminuir políticamente a quienes deciden apartar de su camino, con lo que asestan herida letal al sistema de representación y procuran cambiar en gran escala la conducta de las personas en un nuevo espacio público de naturaleza digital. Encarna una versión sofisticada del fraude por medios digitales, ejecutada por unos pocos para distorsionar la voluntad de millones de personas.
No debemos repetir el escenario de las elecciones de marzo del año pasado. Les asiste razón a las representante Pedraza y Juvinao, que ojalá logren interesar a sus colegas, porque en semejante escenario nadie escapa a la posibilidad de convertirse en víctima. ¿Quién ronda al registrador y al Consejo Nacional Electoral?