Los ochenta días de la presidencia de Gustavo Petro suscitan incertidumbre sobre el rumbo del país. El presidente no logra orden ni consensos entre las varias tendencias de los partidos de gobierno y de su izquierda, lo que lo obliga a mostrar, unas veces condescendencia, y otras, agresividad mal contenida. Esa ambivalencia cohíbe a sus más pausados colaboradores y otorga franquicia a los iluminados de su gabinete, provocando que sus ministros casi siempre ejecuten partituras diferentes, cuando no incompatibles, mientras él, que se considera navegante avezado, se confiere la libertad de mostrarse indiferente o ajeno a las diferencias que suscita.
Formado en la cantera de la izquierda del siglo pasado, da señales confusas sobre sus preferencias entre las diversas tendencias que hoy se expresan en ella, herederos entusiastas o tímidos revisionistas del vetusto marxismo leninismo.
Deng Xiaoping entendió que la dictadura del proletariado era incompatible con las realidades de un mundo posindustrial que trajo consigo cambios sustanciales en las fuerzas de producción, y elevaron el conocimiento, la información y la innovación al rango de elementos determinantes de la sociedad contemporánea. Su reflexión lo condujo a la versión del capitalismo totalitario que hoy encarna Xi Jinping, que permite estimular riquezas siempre que ellas no generen libertades. Encarna la necesidad de mudar de regímenes como el cubano o el norcoreano, al de la China, de riquezas permitidas, pero sin derechos.
La versión progresista, no menos disruptiva, es aquella que pretende destruir para crear, en la consideración de que nada nuevo puede emerger de cimientos viejos. Procura edificar un mundo sobre las ideas de los arquitectos de mundos ideales. En su versión radical, adversa los valores hoy predominantes en las sociedades de Occidente, combate al capitalismo y a la democracia, y desconoce el valor aleccionador de la historia en la creación de nuevos arquetipos en las sociedades humanas. Su bandera más común es el igualitarismo, nueva y potente utopía que obliga a constreñir a los seres humanos al más bajo denominador común, a pesar de la diversidad natural que caracteriza a la especie.
Recientemente, ha emergido una concepción ecléctica que pretende distanciarse de los predicadores de apocalipsis y aboga por un nuevo “contrato social” que atempere el poder absoluto del estado y permita la acción conjunta de los sectores públicos y privado para enfrentar los desafíos del presente, en la consideración de que redistribuir exige primero producir, cualquiera que sea la convicción que se profese.
Petro navega a la deriva en medio de tormentas que se esfuerza por potenciar. Su apego al “decrecimiento”, su paz total con impunidad general, la transición energética a toda costa y todo costo, la discriminación del empresariado y del emprendimiento, y la cortesana cercanía a los sátrapas del hemisferio, parecen señalar una ruta más cercana a los postulados de Lenin o a las premisas de Deng Xiaoping que a las recomendaciones de Mariana Mazzucato.
Mala opción, que podría hacer cierta la predicción de que al régimen naciente lo tumbará su propia izquierda, en ejercicio de antropofagia bien conocida en sus filas.