Por aquello de que toda situación de conflicto o confrontación la primera víctima siempre es la verdad, hoy vivimos los colombianos una profunda crisis de credibilidad, muy especialmente por culpa de las revelaciones del sucio entramado que se ha apoderado de la rama judicial y de las altas cortes. Esto ha contribuido, en gran superlativo, a que el panorama político, con miras a las próximas elecciones presidenciales se torne cada vez más sombrío y previsible. Escenario en donde los primeros grandes afectados están siendo los partidos políticos.
En este inventario hay que comenzar por lo que le está aconteciendo a las dos grandes colectividades tradicionales, el conservatismo y el liberalismo. Nuestro querido partido azul es hoy una montonera sin ideales y sin rumbo. Las grandes figuras brillan por su ausencia y los viejos y gloriosos postulados doctrinarios ya no tienen eco alguno. Ese orgullo de ser conservador ya a nadie parece llamarle la atención y no se vislumbra interés por rescatar banderas y pendones.
Por los lares del liberalismo se ha corrido igual suerte o peor si se quiere. De haber sido el partido más numeroso y más votado se ha convertido en una simple empresa electoral que solo consulta las necesidades que no aspiraciones de caciques regionales y locales. Solo una maquinaria bien aceitada por la fuerza de la costumbre, lo mantiene con vida y ya ni sus viejos caudillos despiertan entusiasmo.
Como resultado de esa falta de protagonismo de estas dos grandes caudas, movimientos como los de La U Y Cambio Radical han tomado las riendas, pero solo obedecen a agendas personales que, infortunadamente, están siendo cuestionadas en no pocas oportunidades con boletas de captura. A tal grado ha llegado su desprestigio que hasta el propio fundador de Cambio y hoy precandidato presidencial, Germán Vargas Lleras, ha preferido la recolección de firmas que el aval institucional.
Lo grave de esta última modalidad y por aquello de que "una firma no se le niega a nadie", es que ella se ha convertido en el único camino para protocolizar aspiraciones presidenciales. Esta será también la mejor forma de terminar con toda institucionalizada política y dejar en manos poco escrupulosas los destinos nacionales, regionales o locales. Será una nueva manera de hacer "política exprés", a costa de los valores fundamentales de los que nos hablaba con tanta propiedad, Álvaro Gómez Hurtado.
Pero este lánguido ambiente hay que señalar que existen excepciones singulares, una de ellas la del Partido Verde. Desde su creación, hace ya varios años, ha tratado de hacer política seria y moderna. Ahora ha sido el primero, y el único, en seleccionar su candidato presidencial en consulta interna y ha escogido a Claudia López, una dirigente capaz, aguerrida y sin pelos en la lengua que, aunque muy controversial (o quizás por ello) ha logrado una gran figuración nacional que ofrece cierto grado de renovación y cambio. Ahora buscará una coalición con Fajardo y con Robledo y, de ser posible, con el Polo y con Clara López.
Desde luego no hay que olvidar que Álvaro Uribe, con su Centro Democrático, se ha convertido en un gran electoral por tener a medio país detrás de sus empeños. El exmandatario ha sido un crítico feroz del proceso de paz y no puede ver ni en pintura a Santos. Él necesita un socio que le garantice el triunfo el año próximo y parece haberlo encontrado en el expresidente Pastrana. Solo que tendrán que contar con gran parte del conservatismo, pero este partido todavía parece no saber qué es lo que quiere. Mientras Santos tendrá que apuntalar su proceso.