Llevo varias semanas resistiéndome a escribir esta columna. Llegó la hora de preguntarme el por qué.
Porque la avalancha de información me agobia. Porque no la alcanzo a procesar y menos a decantar. Porque ante la superposición de hechos escandalosos es casi imposible discernir. Porque no quiero opinar desde las emociones primarias. Porque no quiero perder la fe en la bondad del ser humano. Porque todo o casi todo lo verdaderamente importante está dicho por ciudadanos y columnistas que despertaron de la ilusión de un "gobierno del cambio y para la paz". Porque el "Príncipe" está desnudo y empuja a Colombia a un abismo. Al abismo que él habita en su propia desolación interior.
Me dolió escribir la última frase. ¿Qué hay en el alma de un ser humano que está empeñado en dividir a los colombianos y enfrentarlos como enemigos? No es precisamente un alma en paz, ni consigo mismo, ni con los demás. Pareciera querer inmolarse para darle validez a las teorías que anidan en su mente. Pareciera querer su propio holocausto. Precipitarse a un punto de no retorno y arrastrar al país entero. Poner el acelerador en "la huida hacia adelante", en la provocación calculada de odio, resentimiento y violencia entre hermanos.
Son muchos los ejemplos concretos que podría citar para ilustrar esta afirmación, pero es tan evidente que se hacen innecesarios. Basta con una sola. La descalificación de quiénes marchamos pacíficamente el 20 de junio.
“Salió una clase media alta arribista a decir, fuera Petro, no queremos sus ideas, exacto como salieron en 1851, con armas en la mano, a decir que no querían que se les quitara la propiedad privada que eran los seres humanos a los cuales llamaban esclavos”. Así la describió el presidente Petro.
Todo opositor a sus políticas es graduado automáticamente de enemigo. Mientras tanto, el presidente Petro continúa desesperado buscando la excarcelación de quienes incendiaron, destruyeron y hasta enlutaron a familias colombianas durante las marchas del 2021, con el fin de congraciarse con un grupo armado del que necesita su ayuda para legitimarse en las calles. Y todo esto en nombre de la paz. Un verdadero contrasentido.
La conclusión es sencilla: me está costando mucho escribir porque no quiero formar parte de un bando de colombianos contra otros colombianos. Suplico porque surja o se haga visible un liderazgo que nos una. Alguien que sea capaz de ver lo bueno del camino recorrido. Que vea lo mejor de los otros. No más "adanismo". No más ególatras auto referidos que prefieren la hecatombe antes que hacer coaliciones para salvar nuestra democracia. Hace tiempo que dejamos de ser borregos y empezamos a ser ciudadanos. Toda intención se transparenta.
Quiero un líder, de origen civil, que tenga abiertos los ojos del alma para ver el nicho vacío que se está abriendo, precisamente, por donde el Presidente quiere fracturarnos.
Siempre he creído que los seres humanos somos juegos de luces y de sombra. Apelar a las luces del Presidente parece un ejercicio ingenuo e inútil. Apelemos, entonces, a las luces de la ciudadanía, ávida de un líder que nos una.