Hace ya varias décadas que el Partido Conservador Colombiano se ha venido contentando con ser un simple apéndice del liberalismo, del Partido de la U, o de Cambio Radical, según las circunstancias. Desde que el Frente Nacional finalizó nuestra querida colectividad solo se ha preocupado por mantenerse, precariamente, en las nóminas oficiales. Si no ha desaparecido completamente es porque aún existen vestigios de dignidad en la región.
A tal grado se ha desvanecido su presencia, su protagonismo y desde luego su influencia, que la próxima convención nacional “será virtual”, en palabras textuales de su presidente, Hernán Andrade, quien justificó esta dolorosa situación, alegando que “una convención presencial sería muy costosa”.
Era lo que nos faltaba para poder garantizarle, en un próximo futuro su certificado de defunción. Así pues el panorama azul se torna cada vez más negro y hoy tan solo la preocupación principal de sus “líderes” es sobrevivir, pero eso sí, asegurando su cuota de poder. Y lo peor en medio de esta crisis de corrupción es que el Conservatismo ha dejado de velar por su razón de ser: ponerle límites éticos a esa corrupción.
Los partidos políticos serios proyectan una conducta coherente a través de una labor parlamentaria articulada y de un ejercicio programático desde el poder. El conservatismo no está haciendo ni lo uno ni lo otro ¿por qué?
En épocas pasadas su Misión – Visión era velar por el orden, la seguridad y la justicia y ante todo defender las instituciones. Pero hoy, politiqueros y politicastros, solo luchan por sus intereses propios y por beneficios electoreros. Y han hecho perder el norte al partido de Caro y Ospina. Es triste reconocerlo, pero ni siquiera tenemos la seguridad de contar con un candidato propio que represente la mejor de nuestra doctrina.
Una oportunidad de oro sería aprovechar la próxima convención para entregarle nuestras banderas a un candidato presidencial que concite y movilice las dormidas emociones partidistas. Un nombre como el de Luis Alberto Moreno podría muy bien encarnar esas esperanzas de renacimiento. Esa candidatura comprometería también toda la fuerza formidable que encarna el C entro Democrático Uribista y evitaríamos candidaturas de aspirantes que un día dicen ser conservadores y al otro reniegan de serlo.
Cuanta falta nos hace Álvaro Gómez Hurtado. Desde hace 22 años la orfandad doctrinaria del conservatismo se ha acrecentado por falta de un “guardián en la heredad” de las dimensiones morales de nuestro inmolado jefe. Repasando sus escritos y sus consignas, todos ellos impregnados no sólo de certeros diagnósticos sino de soluciones viables y realistas, lo único que hoy nos sirve es para constatar y lamentar cuanto se ha apartado el partido de la recta adecuada.
Pero todavía, repetimos, es tiempo de construir y aprovechar oportunidades que no sólo le convengan a Colombia sino que reactiven nuestro espíritu de lucha partidista y nuestra voluntad de garantizarle a nuestro país mejores tiempos, aprovechando la paz imperfecta que nos trajo los acuerdos para el fin del conflicto.