Un primer escenario nos muestra unas graves acusaciones de narcotráfico contra uno de los principales protagonistas de las negociaciones de La Habana, el aparente discapacitado alias Jesús Santrich. Acusación que pone en evidencia la fragilidad de los acuerdos. Al parecer, agentes infiltrados de la DEA, la oficina antidroga estadounidense, descubrieron a Santrich conspirando para enviar al norte mercancía ilícita por un valor de quince millones de dólares, habiendo recibido éste un anticipo de cinco millones de dólares. Los gringos, ni cortos ni perezosos, ya pidieron su inmediata extradición para tratar de imponerle como castigo hasta la cadena perpetua.
Un segundo escenario nos proyecta el cruel asesinato de tres periodistas ecuatorianos por parte de una columna de terroristas disidentes de las Farc. El lamentable crimen ocurre en un área aparentemente abandonada por la desmovilización de los farucos y que ha sido rápidamente ocupada por esas disidencias. En repetidas ocasiones se ha culpado al gobierno colombiano de no prestar la debida atención a estas regiones, lo que ha facilitado las acciones criminales de los alzados en armas.
Un tercer episodio agrava la ya de por si delicada situación hace relación con la suspensión del viaje a Colombia del mandatario norteamericano Donald Trump. Sin mediar mayores explicaciones y dejando en el aire una importante agenda bilateral, el errático inquilino de la Casa Blanca canceló. Muestra clara de que nuestras cuitas no desvelan a nuestros socios norteños y enfatiza una vez más el poco interés que despiertan los problemas latinoamericanos en Washington.
Pero quizás lo más delicado es que los dos primeros entuertos tienen como protagonista de primera línea a un mismo personaje: Marlon Marín, sobrino de Iván Márquez, quien aparece comprometido en el cobro de millonarias sumas al Fondo para la Paz y figura como intermediario del matute cocalero protagonizado por Santrich. Es evidente que el proceso corre gran peligro, no de volverse trizas pero si de salir muy averiado por estas circunstancias.
Si este rosario de infortunios le sumamos las denuncias y descubrimientos de una ola de corrupción que compromete varios niveles y sectores de las diversas administraciones, ya sean nacionales o regionales, el panorama se torna sombrío en vísperas de cambiar al inquilino de San Carlos. Si nos atenemos a los pronósticos que señalan "al que dijo Uribe" como el más probable ganador en una segunda vuelta, las cosas puede volverse inmanejables, conocidas las tendencias autocráticas del expresidente y la debilidad del gobierno agonizante. Los niveles de polarización y confrontación seguramente se agudizarán.
Es una lástima que el candidato Germán Vargas Lleras siga tan rezagado en las preferencias electorales. Es claro que la U le dio un buen impulso y que si el conservatismo termina por apoyarlo sus posibilidades se acrecientan. Pero no sabemos si esa adhesión azul será por votación o consensual adhesión y si le llegará a tiempo para impulsado adecuadamente.