Próximos a llegar al octavo piso de nuestra existencia, podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que nuestra mayor actividad social tiene que ver, infortunadamente, con acompañar a gratos amigos a su morada final. La última estación de esta dolorosa viacrucis fue hacer vigilia por los restos de quien fuera en vida uno de nuestros mejores y más entrañables camaradas, Mario Acosta Hurtado.
Tuvimos la fortuna de conocerlo y trabajar a su lado cuando ingresamos a El Siglo, allá por el año 1957. Él había llegado a Bogotá con su tío Alberto y su compañero de aventuras, el inolvidable Alberto Giraldo. Estaba en auge una brillante generación, verdaderamente inolvidable, de la que tuvimos el honor y la fortuna de formar parte en grata compañía con otros reporteros del calibre de Alfonso Castellanos, Hipólito Hincapié, Camilo López, Antonio Pardo y Iader Giraldo, y cuyos exponentes más jóvenes aún tienen gran figuración como son Yamid Amat y Darío Arismendi.
El fuerte de Mario eran sus grandes chivas políticas. Como redactor parlamentario y con Giraldo formaron una dupleta infalible que hacia rabiar a sus fuentes y que constituía grata revelación para sus lectores y oyentes. En los últimos años Mario se convirtió en un gran tertuliador, que tenía su mesa reservada en el café de Unicentro. Allí nos dábamos cita un grupo de sobrevivientes para escucharle con placer como, con su apostilla “¡Ave María, por Dios Santo!” sentenciaba su primicia del momento.
Para ser francos en esas tertulias “no quedaba títere con cabeza”. Era verdaderamente asombroso constatar cómo, sin estar en el ejercicio caliente del diario quehacer noticioso, vivía más al tanto de la actualidad que los encargados de suministrarnos diariamente el acontecer informativo. En cierta oportunidad, antes de ir a vivir a Cartagena, atribulado por razones de salud, se dolía con nosotros de cómo el ejercicio periodístico actual se había convertido en un mercado persa donde sólo imperaba el interés mercantilista, habiéndose perdido toda noción por la lucha sin cuartel en busca de las “grandes chivas”
Amaba entrañablemente a su familia y esta quizás fue su principal razón para vivir una vida “aconductada” y realmente ejemplar. En una época que aun imperaba cierto tufillo bohemio, él era muy ajeno a las trasnochadas de fin de jornada. Siempre llamaba la atención por su aplomo y porte, no exento de un natural goce de la vida.
Mario se nos ha ido definitivamente y nos va hacer mucha falta. Vamos a echar de menos sus picantes comentarios sobre las peleas entre la clase dirigente y sus explicaciones “filosóficas” sobre por ejemplo la confrontación entre Santos y Uribe. Así mismo sus agudas críticas a la falta de protagonismo del Partido Conservador y sus comentarios sobre la crisis de carácter de su dirigencia.
Añoraba mucho la falta de figuras de la talla de Álvaro Gómez y de Gilberto Álzate, con las que se familiarizó mucho en si trajín periodístico y de las que llegó a ser no solo gran admirador, sino muy cercano confidente. “Las cosas que hacen y que piensan los politicastros de hoy no dan para una descorchada, aludiendo a su moderado gusto por las “agrias”. Nos va hacer mucha falta Mario.