Una de las características que tenemos los colombianos, como pueblo y como sociedad, es el profundo apasionamiento que no solo acompaña muchas de nuestras actividades, sino también nuestras relaciones políticas. No solo solemos ser viscerales en términos regionales, sino también en términos institucionales y muy especialmente cuando se trata de construir nuestra propia cultura política. Es una pugnacidad, un antagonismo, y una intolerancia que, entre otras cosas, han sido la causa de muchos años de confrontación sangrienta. Es una muy peligrosa polarización que se parece más a las riñas de gallos que a una convivencia ciudadana.
La semana que está terminando no ha sido la excepción. El país, entre atónito e incrédulo, ha dedicado muchas horas a debatir sobre una pendencia de moda: el intercambio de insultos entre el expresidente Álvaro Uribe y el columnista Daniel Samper Ospina, con la tercería de Paloma Valencia; llegando el primero a acusar al segundo de "violador de niños". Es un espectáculo deprimente el que están dando estos personajes en plena época de postconflicto. y que prende todas las alarmas sobre el escalonamiento sectario que se avecina. Son comportamientos censurables que le dan la razón a quienes estiman que nuestra clase política es una clase sin clase.
Hay que ponerle límite a estas imposturas. En un escenario en donde el país está prácticamente dividido de por mitades entre los partidarios del expresidente Uribe y sus contradictores de todas las tendencias, no es difícil imaginarnos hacia dónde nos dirigimos. El exmandatario, primero, que nadie, debe ser consciente de la ascendencia que tiene sobre sus incondicionales huestes. No solo es muy grave la perspectiva de un desconocimiento de los acuerdos de paz, sino ignorar elementales reglas de juego en la lucha partidista.
El expresidente, por bravo y temperamentalmente que sea, no puede seguir echándole gasolina al fuego pasional de la lucha política. El poder no puede alcanzar ni ejercer a cualquier precio. Esto también es válido para el presidente Juan Manuel Santos, cuando se comporta más como jefe politiquero que como supremo mandatario de todos sus compatriotas. Para ambos: sacarse los trapos al sol no es aconsejable, porque siempre huelen mal. Y, desde luego, no es la mejor contribución a la recuperación la dignidad a nuestro quehacer republicano.
Si bien es cierto que la práctica política se ha desvalorizado en grado superlativo, también lo es que a lo largo de nuestros años de vida democrática hemos sabido superar graves y críticos escollos Nuestra clase dirigente tiene que volver por sus fueros, que en el pasado la hicieron ejemplar para el resto de países latinoamericanos. En momentos en que las ideologías tienden a desaparecer y en nuestro entorno los programas doctrinarios brillan por su ausencia, es muy riesgoso el ejercicio de la patanería dialéctica. Máxime en tiempos digitales Las redes sociales que nacieron para comunicarnos al instante en el espacio y en el tiempo, no deben ser utilizadas en forma irresponsable y delirante, en especial por los líderes de opinión.
Adenda Uno
Poco ganamos sin hacemos las paces con las Farc y a la vez atizamos la confrontación política interna.
Adenda Dos
Santos y Uribe harían bien en seguir el ejemplo de Emmanuel Macron en la conducción de la República Francesa.