En política. En este mes se desinfló la carrera presidencial de Fajardo. La Contraloría lo hace responsable por el escándalo de Hidroituango, en la que un sector de empresarios antioqueños abusó de su influencia en las empresas públicas de Medellín. Se usaron insumos de mala calidad. Defraudaron al país, pusieron en peligro, vida y bienes de los ciudadanos.
Por cierto, quien ha ocupado la gobernación de Antioquia y la alcaldía de Medellín no puede escudarse en la ignorancia de lo que ocurría. Esto no lo calificaría para ser presidente de Colombia. Sin embargo, el inocente expresidente Ernesto Samper sí uso esa disculpa cuando se comprobó que su campaña electoral había sido pagada por los narcos traficantes del Valle. Ya la justicia tiene los testimonios verbales y escritos de lo ocurrido. Samper riéndose, dijo que él ya había sido absuelto por el parlamento, y que eso era cosa del pasado. No le importa. El cardenal de esa época creó una nueva parábola. Dijo que no haberse percatado de una entrada masiva de dólares en su campaña, equivalía a no notar la entrada de un elefante en una cristalería. Desde entonces el hermano de Samper, Daniel, ahora en función de fiscal moral de la humanidad, no cesa de rasgarse las vestiduras por la inmoralidad del clero. Nunca vio tamaña viga en el ojo del elefante.
Pero no estar enterado, no sirve de coartada para un funcionario, y de ahí el desinfle de Fajardo. Quien se ha caracterizado por su honradez, pero también precisamente por su incapacidad de caracterizarse. Los más jóvenes dicen de él que vive “en modo avión”.
Ahora cuando el gobierno Duque amenaza con otra reforma tributaria para enfrentar la situación que la amerita, se halló un desfalco de miles de millones de pesos. Otro peculado más. Se anuncian otros con el mismo método: Los contratistas reciben dinero adelantado y no responden. Los funcionarios se declaran “asaltados en su buena fe”.
La ministra responsable, con un apellido algo difícil de recordar, dijo no haber sabido nada, antes de entregarles el dinero a los defraudadores, a pesar de varias advertencias públicas. Adujo que ella no se responsabilizaba de nada, pero al menos no reía. Mientras en las redes, los jóvenes ahora cuando les roban algo dicen eso sí sonrientes “me abudinearon el celular”. Abudinear es desde luego, ya, un sinónimo de peculado por omisión. Y de seguro el lector lo habrá visto en la Internet. La ministra Abudinen alega en suma que ella no es responsable de la ejecución del gasto público. Lo suyo es la negación de la transparencia administrativa, fuerte desestimulo a los que tributan al erario. Como sus propios paisanos de la costa la consideran una vergüenza viva, ha optado tarde, por renunciar.
No me extrañaría que el verbo abudinear conjugado en forma regular y permanente en esta administración, sea un aporte colombianista a la Real Academia de la lengua. Y ambienta en buena forma la delicia de pagar impuestos.