Winston S. Churchill ha sido, sin la menor duda, el político más brillante de la historia británica y uno de los más inspiradores a nivel mundial, en todas las épocas. Durante los primeros cinco años de la década de los cuarenta, en el siglo pasado, lideró al mundo occidental en su cruenta y decisiva lucha contra Adolfo Hitler y las garras del nazismo. Primero en solitario y luego en alianza con Rusia y los Estados Unidos, detuvo en seco el avance aterrador de la maquinaria alemana y enterró para siempre su ambición de dominar al mundo.
Por estos días se está exhibiendo en cines colombianos una espléndida película, que proyecta esa épica lucha, especialmente durante los días cruciales de mayo de 1940, conocidos en la historia "Como las horas más oscuras" de la vida europea. En una formidable actuación, el actor inglés Gary Oldman encarna al inolvidable caudillo y muy seguramente su versión del héroe le permitirá ganar con todos los honores el Oscar de la Academia.
Pero ante todo es una vibrante vivencia fílmica de la heroica defensa que de su supervivencia hizo el pueblo inglés, cuando todo estaba prácticamente perdido.
La figura churchiliana se nos presenta en todas sus dimensiones, con todas sus debilidades y todas sus fortalezas. Con una Europa totalmente dominada y unos Estados Unidos aislados por su voluntad popular de no comprometerse en una nueva conflagración bélica, Churchill asume el poder e inicia su camino hacia la gloria.
"Lucharemos en los mares y océanos. Lucharemos con creciente confianza y energía en el aire, defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las playas, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en los cerros. ¡Jamás nos rendiremos!". Día tras día convocaba el patriotismo y la fe de sus gobernados. Y noche tras noche, caían miles de bombas sobre Londres y las principales ciudades inglesas. La gran batalla de Inglaterra mostró entonces al mundo todos los quilates de grandeza no solo de su heroico pueblo, sino de su indomable líder.
Incomprensiblemente entonces Hitler cometió el error histórico de "abrir el segundo frente" de combate europeo y decidió invadir a la Unión Soviética. Venciendo sus prejuicios anticomunistas, Churchill ofreció su ayuda a Stalin. “Nadie ha sido mayor opositor al comunismo que yo, pero resueltos como estamos a destruir a Hitler y todo vestigio del nazismo, prestaremos al pueblo ruso toda la ayuda que nos sea posible", dijo.
Luego se sumaron a la contienda los norteamericanos, por culpa del traicionero ataque a Pearl Harbour y al volverse planetaria la lucha por la libertad esta se tornó triunfante.
De esta forma Churchill, Roosevelt y Stalin, "Los Tres Grandes", unieron sus fuerzas y voluntades en la causa común de derrotar al "monstruo" del nacionalsocialismo. Tras la invasión de Europa por los aliados y el suicidio de Hitler, se derrumbó el milenario Reich.
Aunque al final de la guerra "Winnie", como familiarmente le llamaban, dijo que "nunca tantos debieron tanto a tan pocos”, lo cierto es que también "nunca antes la civilización occidental le había debido su salvación a un solo hombre: W.S.CH.