¿De qué están hechos los artistas?
De madera. Sin duda. El problema es que la madera debe ser fuerte, también flexible y tiene que moldearse en manos del ebanista que a la hora de la verdad es uno mismo. De lo contrario no funciona.
Se me ocurrió buscando una manera de entender el caso de Sandro Romero, uno de los artistas más serios y versátiles que hay en Colombia, a propósito de Pato Salvaje la obra de teatro, original del noruego Henryk Ibsen, que a través de la versión revisada del británico Robert Icke y con la puesta en escena de Sandro Romero, fue la encargada de protagonizar el regreso del público a la Casa del Teatro Nacional.
Está hecho de madera Sandro Romero. De una que parece haberlo predestinado. Su padre, Daniel Romero Lozano era pintor, viendo algunas de sus obras, parecería que aún no lo suficientemente reconocido. Su madre, Luz Stella Rey Córdoba, primero anduvo por los caminos de la danza académica, luego se pasó la vida entre las bambalinas de los teatros que dirigió, los Municipales de Cali y Bogotá primero, luego, por un par de décadas el Colón de Bogotá, aunque, lo cierto es que más que directora, tendríamos que hablar de una gestora cultural.
Aunque parece dejar pasar casi inadvertido su Romero Lozano, con algo de maña y un tirabuzón termina confesando que las vacaciones que de niño y adolescente pasaba en Bogotá, trascurrían entre los estudios de Inravisión, donde su tío Bernardo Romero Lozano era una leyenda.
El resto ha corrido por su cuenta. No puede ser de otra manera. Una disciplina casi espartana de un lado y una curiosidad insaciable por el otro. Él mismo no encuentra cómo definirse a sí mismo: es dramaturgo, es investigador, cineasta, historiador, director, aunque prefiere verse a sí mismo como un espectador.
De su seriedad como historiógrafo queda el testimonio de los dos volúmenes de La tragedia griega en Colombia, una profunda investigación que tendría que ser materia de estudio de las facultades de arte del país.
Como cineasta su descabellada relación con Werner Herzog y Klaus Kinsky, su conocimiento enciclopédico de la obra de Bergman y media vida pasada entre las penumbras de las salas de cine de Cali, Bogotá y medio mundo.
Sus peripecias como observador acaban de aparecer consignadas en un libro de Editorial Planeta titulado Profesión espectador, donde relata con envidiable realismo y poética su paso por los más variados espectáculos, lo que él mismo califica de un largo viaje como testigo de experiencias.
De su instinto infalible para la puesta en escena guarda la memoria de los espectadores cuando doblegó la arquitectura del planetario de Bogotá para convertirlo en marco para el montaje de Constelaciones de Nick Payne en septiembre de 2018: eso hizo historia
Sandro es de madera. Como de madera son las tablas del escenario de la Casa del Teatro Nacional donde dirigió el montaje de la obra de Ibsen, llegada a sus manos en la revisión dramatúrgica del británico Robert Icke, de quien se dice, es la esperanza del teatro británico, porque se ha permitido revisar, diríamos poner en dramaturgia contemporánea, La Orestíada de Esquilo, el Tío Vanya de Chejov y este Pato salvaje de Ibsen, que no hay que ser muy listo para saber que Romero, sensible, e inteligente, a su vez lo aclimató a los tales dos mil seiscientos metros más cerca de las estrellas de Bogotá.
Sin rodeos puede decirse que su puesta en escena resultó abrumadora. En el buen sentido de la palabra. Abrumadora porque no concedió respiro a los espectadores, a quienes supo guiar por los vericuetos de una pieza que es densa, en su texto y en su inquietante contenido: la relatividad y validez de la verdad, vista desde la ética, desde el existencialismo, desde las circunstancias vivenciales, desde la conveniencia de las circunstancia… dramaturgo como es, pudo convertir frases del original en manifiestos telúricos: Crecer es el proceso de añadir agua al vino de tus sueños, dice Relling e hizo de la breve escena algo magistral.
Gran director de actores obtuvo lo mejor de su elenco: Bernardo García, Nyra Patiño, Giancarlo Mendoza, Fernando Pauti, Manuela Salazar, Carlos Alberto Pinzón, Andrés Caballero y Luisa Guerrero. Una vez más pudo enfrentar y sacar el mejor partido para su puesta en escena de la desoladora arquitectura de la Casa del Teatro, una antigua Sinagoga.
Y como si intuyera todo esto de la madera de la que están hechos los artistas, dedicó una de las últimas representaciones a Luz Stella como si quisiera compartir con los espectadores que ella debió alcahuetearle todos los devaneos artísticos de juventud, juventud del Caliwood, movimiento del que fue uno de sus protagonistas, pero que también debió ser inflexible para que se convirtiera en lo que es hoy en día: el maestro Sandro Romero.