* ETA entra por la vía de la modernidad
* Ya sólo quedan las Farc de ejemplo arcaico
Hemos sostenido desde hace tiempo que el peor enemigo de Colombia es la guerra prolongada. Se pensó que bajo el lema de la Seguridad Democrática podría conseguirse la victoria definitiva y así, incluso, se planteó desde el Plan Colombia. En el último año se ha presentado un rebrote de las Farc, reconocido por el mismo Gobierno, lo que en absoluto quiere decir que la lucha armada tenga ninguna capacidad real de llegar al poder o obtener sus pretensiones.
Y esto es así, precisamente, porque ningún grupo revolucionario o terrorista ha derrotado nunca, en la historia del mundo, a la democracia. Habrán logrado eventualmente sus propósitos contra dictaduras, monarquías, sultanatos e inclusive monocracias, pero nunca han obtenido el triunfo sobre el sistema democrático cuyos elementos sustanciales son las elecciones libres, la libertad de prensa y expresión y el respeto de los derechos humanos.
Es por eso, precisamente, que en Colombia ningún grupo subversivo ha prosperado, siendo éste, uno de los pocos países en América Latina que tiene una democracia vigente desde hace siglos, con muy leves interrupciones, y siendo en muchas ocasiones ejemplo para el continente.
En medio de ello, la escueta declaración del grupo terrorista ETA señalando el cese definitivo de la violencia en España resulta plausible. En un momento determinado, cuando la dictadura de Franco, ETA tuvo alguna vigencia ideológica por cuanto se presentaba de baluarte democrático. Recuperada la democracia, hace más de tres décadas y media, su razón de existir no tuvo siquiera esa pequeñísima ventana. La misma Constitución española, de entonces a hoy, reconoció en la transición democrática la vigencia de las autonomías y en ello el País Vasco y Cataluña han tenido las de ganar sin que la violencia haya tenido que ver y simplemente por la reafirmación plebiscitaria de entonces.
Hoy, sin duda, la autonomía vasca es bastante diciente. Existe prácticamente allí un país autónomo dentro de la unidad nacional española. Pero los terroristas vascos quisieron llegar más allá al punto de pretender crear un país de las provincias vascongadas y Navarra, al norte de España, y las del mismo origen en el suroeste de Francia. Tratar de hacerlo por la vía violenta ha sido el peor de los errores. Así ha pasado también con otras pretensiones de crear países autónomos como el Kurdistán en las fronteras de Turquía, Irán e Irak, o el caso de Chechenia en Rusia. Sólo la implosión de Yugoslavia determinó volver a los países previos a la unidad señalada por Tito y el conflicto pudo evitarse, ahorrando miles de muertes, pues el hecho es que cada entidad territorial fue consiguiendo su propio espacio natural. La misma división de Irlanda, que llevó a la lucha armada entre católicos y protestantes auspiciados por la invasión de Gran Bretaña, terminó saldándose por la vía de la democracia y no de las armas.
Lo mismo tiende naturalmente a ocurrir en España. No aportaba absolutamente nada la violencia de la ETA que, por el contrario, era un lastre para los partidos vascos, inclusive los independentistas. Cuando perdió el apoyo de ellos, que fue el elemento sustancial, adicionado a la voluntad férrea de todos los españoles, ETA no tuvo más piso. Así por lo menos lo reconocieron tácitamente al cesar definitivamente toda violencia. Es la primera vez en más de 40 años que así lo sostienen. Mantendrán los partidos independentistas vascos su idea de un referendo para que sea la gente y las provincias vascas las que decidan si permanecen unidas o no a España, como en su momento ocurrió en Bélgica o Canadá, con resultados favorables a la unidad, o entre República Checa y Eslovaquia, con resultados desfavorables a la unidad checoslovaca.
En todo caso lo que se demuestra a todas luces en el mundo, más después de la caída de Osama Bin Laden y la primera guerra árabe, es que la violencia no produce nunca frutos de bendición. Como dice el presidente Juan Manuel Santos “es lo que deben entender las Farc” que deberían por lo menos tener la misma entereza de ETA en reconocer el proyecto fallido de la lucha armada cuando de enfrentar a una democracia se trata.