Cantos de sirena | El Nuevo Siglo
Viernes, 8 de Febrero de 2013

*El federalismo disolvente

*Desprecian las lecciones de la historia

 

Las  sirenas fueron  divinidades marinas, presentes en la mitología griega como hijas del dios-río Aqueloo y de Melpómene y  de otros engendros; se las supone mujeres jóvenes o en el esplendor de su belleza, que habitaban en las profundidades del mar. Cuenta la leyenda  antigua que su voz era  seductora, lo que las impulsa a enfrentar a las musas, que las vencen y les arrancan las plumas. Se refugian en el estrecho de Mesina, desde donde se deleitaban seduciendo y engañando a los marinos. Los antiguos navegantes transmitían la crónica de las sirenas que perdían a los bravos lobos de mar, leyenda que en cierta forma va desapareciendo con el viaje de Cristóbal Colón y el hallazgo del Nuevo Mudo. El dicho de los cantos de sirena se aplica en nuestro tiempo a los diversos tipos de embaucadores, que de una u otra manera se valen de la palabra y de trucos retóricos para atraer a su causa a los incautos, ingenuos y gentes que por su condición o inexperiencia son fácilmente influenciables.

En nuestro caso no se trata de sirenas, sino de inveterados demagogos y utopistas, animados de su gran admiración por el sistema federal que existe en otros países, ellos consideran que de aplicarlo en Colombia se obtendrían grandes ventajas. El cuento tampoco es nuevo, desde los orígenes de la formación de la República aparecieron los entusiastas del modelo federal. Y como, lo anotaba don Miguel Antonio Caro, ese sabio hombre público, contra el que suelen denostar los ignorantes de sus talentos, escritos y valiosos aportes al enriquecimiento de la vida nacional; era absurdo tratar de dividir lo que estaba unido, al contrario de lo que hicieron los legisladores de las 13 colonias que formaron los Estados Unidos, que encontraron en el sistema federal la solución de sus problemas; no entendían algunos de los próceres que las instituciones y formas de gobierno están ligadas a la naturaleza de los habitantes, realidades y necesidades  de cada país. Por lo mismo desatienden las enseñanzas de nuestra historia, en donde los ensayos de confederación y federalismo, no solamente resultaron funestos, nos hundieron en sangrientas guerras civiles, contribuyeron a fomentar la miseria y anarquía y nos empujaron a feroces y sangrientas contiendas civiles. La geografía colombiana, con el territorio cruzado por tres cordilleras, ha sido uno de los factores más perniciosos para hacer un desarrollo homogéneo en el país. Las dificultades para hacer carreteras, impulsar los trenes y construir túneles adecuados para el transporte son enormes... El colmo de esa ilusión nos condujo a consagrar la utopía en la Constitución de Rionegro, cuando el radicalismo liberal, sin el freno de un conservatismo realista, se empeña en copiar al calco la Constitución de los Estados Unidos. Creyeron esos imitadores que la causa de nuestros males era la República unitaria y el sistema presidencialista. La confusión mental aumenta con el influjo de antaño del utilitarismo egoísta, lo mismo que con la malinterpretación de las doctrinas de Herbert Spencer, partidario de un darwinismo exacerbado, cuyo libro El Hombre contra el Estado, causó furor en algunos dirigentes colombianos, que no se percataron de que el individualismo a ultranza de Spencer se refería a una Europa en donde en ciertas naciones el Estado  tenia una fortaleza real y hasta opresiva. Mientras que aquí reducir el Estado a su mínima expresión, así como fomentar el federalismo podía contribuir a debilitarnos en grado sumo y atentar contra la unidad nacional. Lo que en efecto ocurrió, caímos en aciagas guerras civiles que  descalabran el Estado y las finanzas nacionales. Hasta que aparece en el firmamento político el notable estadista Rafael Núñez, para enfrentar a los utopistas de toda laya que habían asfixiado el país en el charco de la debilidad del Estado y el federalismo anarquizante. La obra magna que orienta Núñez en  la Constitución de 1886 impidió la disolución del país.  Sin poder cambiar la índole de los colombianos y los obstáculos de una geografía nativa que tiende a la dispersión... Las nuevas sirenas del federalismo en Colombia no tienen la calidad mental de los federalistas del siglo XIX, ni esa cierta ingenuidad que los llevó a elaborar una Constitución para ángeles; ni la voz, ni la belleza de las sirenas de la antigüedad. Todo lo contrario, como el simio carecen de memoria y consideran que proponen una gran novedad sin percatarse de que desconocen los problemas colombianos, cuando lo único que parece importarles es manejar o despilfarrar el presupuesto local según sus apetitos personales. Ellos ignoran la fórmula genial de Núñez, centralización política y descentralización administrativa. Como no les importa un país que no ha conseguido la paz en 50 años, le agregan la bomba del federalismo, para hundir a las regiones más pobres en la disolución.