Intervenciones externas y democracia | El Nuevo Siglo
Lunes, 21 de Abril de 2014

Las  intervenciones militares de Estados Unidos en el exterior, salvo en la II Guerra Mundial, no podrían calificarse de fructíferas. Se puede mencionar la de Vietnam, que no concluyó precisamente en triunfo norteamericano. Y qué decir de las recientes, entre éstas en Irak, de alto costo en recursos económicos, vidas humanas y caída de popularidad del Presidente que la ordenó de manera unilateral.

Aunque se cree que generalmente las incursiones de potencias en el exterior son motivadas por intereses económicos, podría decirse que en ciertas ocasiones tienen un fin laudable como sería el de propiciar el derribamiento de regímenes autocráticos y coadyuvar para establecer sistemas democráticos representativos, lo cual en la práctica no es tan sencillo en sociedades habituadas a gobiernos donde suele imponerse una figura dominante, un caudillo ya sea civil o militar. Es lo que se ve, por ejemplo, en Egipto, donde el Ejército es una institución que a lo largo de varias décadas, desde el derrocamiento del rey Faruk, en 1952, ha mantenido el dominio político en la milenaria nación que fue un antiguo imperio. Además, a partir de Nasser, no obstante los diversos credos que se profesan, la población no gusta de ver a los religiosos en el poder. Hosni Mubarak gobernó por más de tres décadas. El pueblo se rebeló en manifestaciones públicas que al final lo tumbaron. Los militares tomaron el control. Se celebraron elecciones legislativas, ganadas por los Hermanos Musulmanes. Fueron posteriormente anuladas. Después, las presidenciales en las que también triunfaron los mismos con su candidato Mohamed Morsi. Su victoria no fue de buen recibo por la mayoría de la población, temerosa de que éste impusiera un régimen religioso islámico. Lo derrocaron y el Ejército volvió a estar al frente del Estado. Habrá nuevas elecciones y el más opcionado es el ministro de Defensa y jefe del Ejército. De manera que priva el caudillismo.

En otra nación, Afganistán, los resultados de las elecciones presidenciales recientes favorecen a Abdulh Abdullah, que supera a su más próximo rival Ashraf Ghani por más del diez por ciento. No obstante quien al final llegue a la presidencia de este país, para suceder a Hamid Karzai, tendrá que afrontar el duro reto de los talibanes, quienes no pudieron ser doblegados por las fuerzas norteamericanas de ocupación. La situación de violencia continúa y se demuestra con el alto número de víctimas en el proceso electoral, muchas de ellas del talibán. Es una lucha sin tregua, en la que se ha registrado hechos insólitos como el que protagonizó un francotirador británico que causó seis bajas talibanes con una sola bala al impactar un paquete explosivo que era parte del equipo con el que un bombardero suicida iba a cometer un atentado en la ciudad de Kakaran.

Otro escenario violento es Irak. Luego de la retirada de las fuerzas norteamericanas, los ataques terroristas persisten. Y allí sí que es complejo el manejo del orden público por los antagonismos entre facciones religiosas. Es evidente que cada cultura tiene características propias, y más en esa región del mundo, lo cual hace difícil implantar modelos democráticos al estilo occidental. Al no lograr éxito en estos propósitos, la potencia del norte ha preferido luego de lo de Irak y Afganistán, no involucrarse directamente en conflictos lejos de su territorio. En Libia fue indirecta la ayuda a rebeldes que al final derribaron a Khadafi, y ahora impera la anarquía. Estuvo a punto de suceder en Siria. Irónico que lo evitara el Presidente ruso.

En este momento acaparan la atención internacional los sucesos en Ucrania. Moscú estimula tendencias secesionistas de provincias pro-rusas. Estados Unidos protesta y el arma son las eventuales medidas económicas contra los rusos. Es una ‘guerra’ diplomática mientras el gobernante ruso trata de revivir el poderío de la otrora potencia mundial. En definitiva, en estos tiempos contemporáneos, las aventuras exteriores de Norteamérica en latitudes del otro lado del mundo, no han conseguido eliminar el terrorismo ni afianzar regímenes verdaderamente democráticos. Más bien han resultado estériles y onerosos los esfuerzos.