Ahora que las elecciones en Estados Unidos han entrado en la recta final parecería evidente que el candidato de la colectividad republicana, Donald Trump, ha mejorado su proyección electoral después del turbión político que significó el cambio del errático presidente Joe Biden a su sonriente segunda, la vicepresidenta Kamala Harris, en la nominación del Partido Demócrata.
Efectivamente, ya confirmada de candidata oficial, Harris tomó una clara delantera en los sondeos, en particular, luego del debate televisado con el polémico expresidente republicano. De hecho, la influyente prensa adicta a la cauda hoy en el gobierno difundió que la aspirante del sector demócrata había derrotado en toda la línea a Trump en la confrontación de perros y gatos emitida por la cadena CBS. Todavía más, los llamados influenciadores (de la misma tendencia) salieron en manada a decir que el ex primer mandatario ya no podría recuperarse, tendido sin remedio en la lona, al mismo estilo de lo que había ocurrido con Biden en la desastrosa presentación que puso su candidatura fuera del ring. Mejor dicho, que desde aquel instante podía darse a Harris como presidenta anticipada de la potencia mundial.
Sin embargo, de un tiempo para acá y cuando tan solo queda un mes para las elecciones (cinco de noviembre) la campaña ha venido desenvolviéndose a otro precio. Anteayer no más, por ejemplo, en alusión al debate televisado vicepresidencial, también llevado a cabo a instancias de la CBS, ha sido de consenso que el joven y sin duda inteligente senador republicano de Ohio, J.D. Vance, de 40 años, seleccionado por Trump como fórmula para acompañarlo en el tiquete electoral, sacó ventaja a su rival demócrata. No sería mucha, ciertamente, porque el veterano gobernador de Minnesota Tim Walz tampoco lo hizo mal. Pero sí es un margen suficiente y demostrativo del costo que ha significado el declive norteamericano tanto a nivel interno como en la arena internacional en los últimos tiempos. De paso, no sobra añadir que fue una controversia de alta política, lejos de insultos y personalismos y propicia para una contraposición de ideas, lúcida y con altura. Incluso, como hace décadas no se veía.
Quedan, pues, cuatro semanas definitivas de una campaña presidencial signada por las notas discordantes, la irritación política y la oscilación impredecible, además, en medio de un mundo cada vez más convulsionado y en llamas. En un comienzo se creyó que Donald Trump saldría en un dos por tres de la escena a raíz de las múltiples demandas judiciales que él mismo señaló de persecución personal del Partido Demócrata (lawfare) y que a la larga y a modo de bumerán no hicieron más que catapultarlo y consolidar su aspiración a la reelección, antes de ello, muy incierta. Posteriormente, hubo de sufrir dos atentados contra su vida, uno de estos del que se salvó de milagro. En la misma vía, el Partido Demócrata evadió tal vez la más grande derrota histórica, después de que los poderosos de la colectividad sacaran a regañadientes al balbuceante Biden de la carrera por un segundo mandato e impusieran a la hasta entonces impopular Kamala Harris en una convención sin competencia y organizada a las volandas.
En ese vaivén, poco visto, las encuestas se han convertido en un medidor insoslayable. Pasada la espuma del debate televisado de principios de septiembre, luego del cual Harris pudo pisar en firme frente a quienes la pensaban de pluma al viento, la mayoría en los sondeos que en principio alcanzó ha comenzado a desfallecer. Si bien en el escalafón nacional estos se mantienen dentro del margen de error, es decir, puntos más, puntos menos, un empate en estricto rigor técnico con una leve ventaja de Harris, en algunos de los siete estados bisagra, cruciales para cantar victoria en Estados Unidos, Trump ha comenzado a liderar, mientras que en los que pierde el margen ha venido disminuyendo consistentemente.
En ese orden, Trump ha tomado la delantera en el promedio de encuestas en Arizona, Georgia y Carolina del Norte, mientras Harris ha descendido a diferencias cercanas a un punto o menos en Wisconsin, Nevada y Michigan. En tanto, el estado clave de Pensilvania, que tiene 19 delegados en el colegio electoral, se viene decantando por Trump, ya que los sondeos más recientes señalan un empate exacto o, en otros, tres puntos a favor del aspirante republicano. Lo que deja ver una tendencia. De allí que en los pronósticos hechos por firmas serias que acumulan estos datos como Real Clear Politics se vaticine, por lo pronto y de acuerdo con la fotografía del dos de octubre, un eventual triunfo del tiquete Trump/Vance, con 281 delegados en el colegio electoral, frente a 257 del tiquete Harris/Walz.
De cómo se sigan comportando los estados bisagra pende, pues, la elección en Estados Unidos. Si bien casi siempre es así, el punto actual parecería estribar en que el fuera de combate y la pasada de página que hace un tiempo predicó la campaña de Harris frente a Trump perdió todo fuelle. De momento, como se dice en política, “los muertos que vos matáis gozan de cabal salud”.