El día que tembló la democracia más poderosa del mundo | El Nuevo Siglo
Los desmanes de la protesta no son nada sorprendentes en un país tan polarizado, lo grave del asunto es que su actitud desafía el sistema de derecho construido a través de siglos.
AFP
Domingo, 10 de Enero de 2021

Por Juan Sebastián Perilla*

Especial para EL NUEVO SIGLO desde Washington

El proceso electoral para nombrar al Presidente de los Estados Unidos (EU)tiene múltiples etapas, muchas de las cuales son simbólicas y no corresponden a las lógicas previstas para la mayoría de los países. Una de estas corresponde a la ratificación de los resultados electorales por parte del Senado, lo cual acontecería el 6 de enero de 2021. Cabe explicar que esta ratificación es requisito esencial para que Joe Biden se posesione el próximo 20 de enero como el nuevo mandatario.

En todas las elecciones anteriores esta ratificación había sido un acto simbólico sobre el cual la mirada del mundo no se había centrado. Sin embargo, la polarización en que está inmerso la nación norteamericana hizo de ese día una fecha vergonzosa que manchará la historia de la en teoría democracia más sólida y fuerte del planeta.

El 6 de enero estuvo marcado por disturbios nunca vistos, por lo menos no en épocas recientes, en especial por la irrupción en el Capitolio, símbolo inalterable del país, de algunos manifestantes que no aceptan los resultados de las elecciones, llaman a la desobediencia civil y apelan a una falta de confianza por el sistema electoral de EU.

Pero el día que le dio la vuelta al mundo tiene más de trasfondo de lo que se podría imaginar.

Los días previos

Desde que se fueron conociendo los resultados de las elecciones presidenciales, el Presidente saliente Donald Trump adoptó una estrategia para deslegitimar el proceso electoral y no entregar el poder. Bajo el argumento de un posible fraude en el conteo, aunado al no reconocimiento de la derrota, sus seguidores más radicales se empoderaron en torno a la idea según la cual Biden no será su presidente.

Y fue bajo este ambiente atípico que el día de la ratificación del entrante mandatario pasaría a la historia como un atentado directo contra la democracia, el peor luego de más de 200 años, cuando los ingleses el 24 de agosto de 1814 incendiaron el Capitolio.

Desde muy temprano el pasado miércoles empezaron a llegar a Washington buses llenos de personas ondeando las banderas de la campaña presidencial de Trump. Por las calles había muchos ciudadanos vestidos con prendas militares, los cuales no acataban ningún tipo de distanciamiento social y nadie utilizaba mascarillas para prevenir el contagio por el coronavirus. La capital estaba preparada para un acontecimiento sin precedentes, se olía y percibía en el ambiente.

Así, el mensaje de Trump había calado hondo en sus simpatizantes y estos lo apoyarían incondicionalmente como lo habían hecho hasta ese momento. El Presidente saliente, ha sido el héroe de muchos estadounidenses, pues se considera como aquel “mesías” que salvará a América de la tergiversación de sus ideales iniciales.

Inicialmente la resistencia se intentó por las vías legales, acudiendo a todas las acciones previstas por el sistema jurídico estadounidense. Sin embargo, ninguna de ellas prosperó y lo único que quedaba como opción era acudir a las vías de hecho para seguirse negándose a entregar el mando. De las acciones legales fallidas se pasó a las protestas sociales en las calles, que en cuestión de horas pasaron a ser consideradas, más que vandalismo, terrorismo doméstico.

La hora cero

Al comienzo del día, todos los asistentes se ubicaron frente a la Casa Blanca y reaccionaban al unísono frente a un discurso que se daba desde el micrófono. Se aseguraba que la democracia estaba en riesgo y que América merecía seguir siendo grande. Parecía un encuentro de campaña electoral a favor de Trump, como si el resultado de las elecciones aún no fuese definitivo.

Había calma entre los asistentes, aunque su actitud era beligerante. Así, surgió la idea de desplazarse desde la Casa Blanca hasta el Capitolio para presionar a los Senadores que debían ratificar los resultados de la elección. De un momento a otro, los simpatizantes de Trump se sintieron legitimados para atentar contra las institucionales estatales. Los marchantes consideraron que estaban en su pleno de detener lo que la ley contemplaba como obligatorio.

Los desmanes de la protesta no son nada sorprendentes en un país tan polarizado, lo grave del asunto es que su actitud desafía el sistema de derecho construido a través de siglos en EU, siendo interpretado por gran parte de los estadounidenses y del mundo entero como una actitud que pone en riesgo los logros alcanzados en torno a la participación política.

El mensaje que hay detrás

El asunto problemático radica en que el mensaje de los manifestantes es un llamado a retomar los parámetros de normalidad tradicionalmente impuestos. Se puede evidenciar un llamado por asegurar la supremacía con categorías excluyentes históricamente cuestionadas.

Detrás del lema en torno a hacer de América algo grande está la crítica al reconocimiento de derechos, al ejercicio de la participación política y a la necesidad de tener un discurso excluyente frente a sujetos de especial protección. Se requiere prestar atención al patrón de sujetos que participaban en las protestas, pues parecería ser que quienes gozaban de una situación previa de privilegios ahora son los que se movilizan.

En EU, hasta hace unos pocos años, se veía cómo la movilización social se daba por parte de minorías excluidas. Ahora la protesta se da por aquellos que sienten estar perdiendo privilegios, con unas elecciones en las que la participación ya no está limitada para unos pocos y se demuestra con los resultados en las urnas. El panorama político de la protesta ha cambiado y será lo que marque de acá en adelante el mandato del mandatario entrante.

Lo que se viene

Los resultados de las elecciones están confirmados, la ratificación del Senado es una realidad y Biden se posesionará como Presidente. Sin embargo, no será un mandato pacífico y se mantendrá la idea en gran parte de la población de la ilegitimidad de la elección. Por lo mismo, no es extraño que este tipo de manifestaciones se mantengan bajo un país que denota estar polarizado.

La actitud de Trump será fundamental para calmar los ánimos de sus simpatizantes. No obstante, hasta el momento no es claro qué pueda suceder, dado que no se presenta un mensaje inequívoco de aceptación de los resultados. Por el contrario, parece ser que la división se acrecentará y EU podrá estar ante un panorama de difícil manejo político. Todo indica que habrá Trump para rato desde donde quiera que se encuentre.

Y por su parte, Biden, el Presidente entrante, necesitará trabajar estratégicamente para equilibrar las fuerzas políticas. Asumir una posición extremista fortalecerá a los grupos empoderados que no lo apoyan y ceder ante sus presiones desdibujará las razones por las cuales fue elegido. No se trata de una ponderación sencilla, pero sin duda alguna el rol de estos dos presidentes determinará si la toma del Capitolio fue solo un acto aislado dentro de la historia de EU.


*Profesor de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas

Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá

(El contenido de este artículo es de responsabilidad del autor y no compromete a entidad o institución alguna)