Ya se encuentra lejos aquella primavera de 2014 cuando Rusia, tomándose la estratégica península de Crimea, dibujaba las fronteras a voluntad. Como parte de la dinámica que desde esos días se ha impuesto en estos largos y sangrientos 10 años, no ocurrió lo que muchos podían haber anticipado: que Rusia y la OTAN bajaran la presión guerrerista.
Por el contrario, se impuso el mito de la racionalidad humana, tan eficaz y eficiente en la destrucción de vidas de semejantes nuestros como daños al medio ambiente. Queda como señal indeleble aquel 16 de marzo de 2014, en el cual la población de Crimea votó a favor –97 %– de su anexión a Rusia; todo ello como parte de procesos que, tejidos desde Moscú, buscaban legitimidad política a hechos consumados.
Con toda esta dinámica de guerra –que entre otras cosas endeuda también cada vez más a Ucrania con Occidente–, Rusia reafirma que uno de sus fines esenciales es expandir su territorio en áreas estratégicas. De esa cuenta quedarían en posesión de Moscú –además de Crimea, al sur y la región noroccidental de esta península– todo el territorio al oriente del río Dniéper. Evidencia de esto serían las movilizaciones pro-rusas que se están haciendo sentir con intensidad en las ciudades de Járkov, Lugansk y Donetsk. Tanto Rusia como Europa saben que se trata de un territorio crucialmente importante. El mismo permite la salida al sur europeo de Rusia, desembocando y permitiendo un control pleno en el mar de Azov y el mar Negro; vías que a su vez conforman el corredor marítimo hacia el Mediterráneo.
El río Dniéper tiene ciertamente una nutrida histórica bélica. Constituyó el frente suroriental del ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial. Todo el frente oriental alemán contra la ex-Unión Soviética se conformaba por una continua línea de fuego desde Leningrado, en el Golfo de Finlandia, hasta Yalta y Sebastopol en Crimea. El frente alemán del río Dniéper duró desde el 26 de agosto al 6 de noviembre de 1943.
No es de olvidar, como parte de esta guerra, que en 2014 el entonces jefe provisional del gobierno de Ucrania, Alexander Turchivov, en un intento por legitimar el traspaso de poder, luego de su nombramiento como interino y de la remoción del cargo de Victor Yanukóvich –lider pro-ruso– convocó a elecciones presidenciales. De manera similar a ese entonces, ahora también el tiempo apremia y las aguas continúan subiendo en el convulsionado territorio.
La estrategia
El juego de Moscú continúa siendo bastante evidente: evitar que zonas de influencia de la anterior Unión Soviética tengan mayores nexos con la Unión Europea. Vladimir Putin habría aprendido la lección. No va a permitir que Ucrania se “escape” como lo hicieron Letonia, Estonia y Lituania, naciones estas últimas que son parte de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
En el caso ucraniano existen elementos culturales que actuarían como claros factores, en función de retener buena parte del territorio con la influencia de Moscú. Toda la región oriental es rusoparlante y en la actualidad los dirigentes que tratan de anexarse a Rusia puntualizan que existe el peligro de un “genocidio” orquestado por Kiev.
En la interpretación de esto, los teóricos de las relaciones internacionales identificados como neorrealistas señalan que existen zonas de influencia que deben ser respetadas a fin de buscar un equilibrio mundial de poderes y el mantenimiento de escenarios, si no de paz, al menos con ausencia de graves conflictos entre países. El respeto recíproco en el reconocimiento de estas áreas “intocables” por las potencias foráneas sería uno de los pilares fundamentales del frágil equilibrio internacional actual.
Desde esta perspectiva, Europa no puede avanzar dentro de la zona de influencia rusa. El caso de la unión de las repúblicas bálticas –Letonia, Estonia y Lituania– a la OTAN en 2004 habría ocurrido en una fase de debilidad institucional interna de Moscú. Putin no desea que estos avances prosigan, según declaraciones que se tienen de analistas locales como Vadim Karassyov. Victor Yanukovich en Ucrania era la garantía de la influencia rusa, pero su ausencia ha influido en los acontecimientos actuales.
Contrapeso
Estados Unidos y Europa han ido estableciendo sanciones en general sobre el manejo de fondos rusos en Occidente, pero Moscú parece estar convencido de dos cosas. En primer lugar, esos castigos no son ni demasiados ni pueden ser muy duraderos. En segundo plano: Europa depende de los energéticos de Rusia que pasan por el territorio ucraniano que están siendo substituidos, pero con grandes costos. Esto influye en toda la política geoestratégica de la región.
Como era de esperarse, el clima actual de inestabilidad se ha cobrado los costos en condiciones que hacen de Ucrania un territorio de alta inflación coyuntural, con devaluación de la moneda, con carestía y altos niveles de desempleo que se pueden ver agravados. De todo ello Putin esperaría obtener una presencia consolidada en los territorios que se asume pertenecen al “báltico ruso”.
Además, es de tomar en cuenta el requerimiento de probar las nuevas líneas de armamentismo. El problema aquí, directamente relacionado, es que los países se endeudan con la misma velocidad con la que entierran a sus muertos.
Y por supuesto, la latencia de que los conflictos se extiendan e involucren bloques de países está siempre presente, ya se trate de la tragedia sin descensos de Gaza, Líbano, Siria, Turquía, Somalia o la aurora de sangre que acompañó el surgimiento de un nuevo país: Sudán del Sur el 9 de julio de 2011.
P.S.: ¿Alguien aún piensa en la solución de dos Estados en la tragedia judeo-palestina?
* Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard
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