Laura Ulloa es una joven de 28 años de la ciudad de Cali, Colombia, que fue secuestrada en dos ocasiones por la desmovilizada guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
El primer secuestro ocurrió el 30 de mayo de 1999 en la iglesia La María, al sur de Cali, junto con casi 200 personas más, incluidas su mamá y su hermana. En esta ocasión todos fueron liberados inmediatamente.
El segundo fue el 20 de septiembre de 2001, cuando estaba en quinto grado de primaria; sucedió mientras iba en la ruta de su colegio. Esta vez fue retenida, sola, durante siete meses, tiempo en el que se dio a la tarea de conocer a sus secuestradores, con quienes mantuvo comunicación durante mucho tiempo.
Hoy, 17 años más tarde, Laura le contó su experiencia a la Agencia Anadolu. Habló sobre su trabajo por y para victimarios, pues a su juicio muchos de ellos también fueron víctimas del conflicto armado colombiano.
Actualmente esta joven escribe un libro, que espera publicar a finales de este año, en el que relata su vivencia y lo que aprendió de aquel episodio de su vida. El pasado 4 de abril cumplió 16 años de haber sido liberada.
Laura, desde el momento en que la secuestraron, ¿usted sabía lo que pasaba?
Sí, yo lo sabía por dos razones: una, en Colombia los niños a los 11 años (y creo que desde más pequeños) veíamos las noticias, escuchábamos hablar a nuestros padres sobre la situación del país o acerca de cómo secuestraban o asesinaban a otras personas. No era algo secreto para los niños colombianos.
Y dos, cuando me secuestran, me bajan del bus y me montan en un carro. De las primeras cosas que me dijo uno de los milicianos fue: "somos las FARC-EP y usted está secuestrada". Ahí confirmé lo que pasaba.
¿A dónde la llevaron y qué sucedió después?
Lo más triste de todo es que la persona que me vendió a las Farc fue un jardinero que tuvimos en casa, que yo quise muchísimo y a quien le ayudamos mucho, tanto a él como a su familia. Fue la persona que me bajó del bus y me entregó a la guerrilla. Ese mismo día, horas más tarde, sin que yo lo pudiera ver porque tenía la cara cubierta, me abrazó y me dijo: Laurita, por favor perdóneme.
Ahí recordé que el día anterior mi mamá me contó que una persona de la finca le había dicho que Efraín había entrado a la guerrilla. Yo le dije: ¡mamá estás loca! Efraín era nuestro amigo. Nosotros sembrábamos arbolitos, íbamos al bosque, pasábamos tiempo juntos. Cuando él me abrazó, se me vino a la cabeza eso, pero yo no quería aceptar que pudiera ser él. Luego confirmé que sí, que era él, que se enfiló con su hermana en las Farc.
Ese mismo día empezó un proceso muy difícil. Durante los primeros tres meses yo no quise aceptar que estaba secuestrada, todos los días sentía que me iban a decir que esto era un chiste o una pesadilla y que me iban a llevar a mi casa. Pero empezó a pasar el tiempo y eso no pasaba. En tanto no llegaba aquel día que mi mente esperaba, yo odiaba a esa gente que me llevó. No los conocía, pero los odiaba, y ellos me odiaban a mi igual, porque para ellos yo simbolizaba lo que llaman “la oligarquía”.
Con 12 años no lo entendía porque mis papás no eran empresarios, sí tenían sus fincas y habían sembrado caña, pero no eran unos magnates. Siempre fuimos una familia sencilla.
En esos tres meses, en mi intento de no aceptar que estaba secuestrada, creé la peor versión de mi misma, para ver si se aburrían de mí y me liberaban.
Sobra preguntar si funcionó…¿Cómo la trataron?
Cuando me di cuenta que eso no funcionó, cambié de estrategia y empecé a hablar con ellos. Un día, muy temprano en la mañana, llegué a la cocina del campamento, que estaba cerca de mi carpa, y los saludé a todos; había unos 20 guerrilleros. Nadie dijo nada, hubo un silencio abismal, hasta que en un momento uno de ellos respondió. Ahí me abrieron espacio en la mitad de la banca para desayunar.
Cuando terminamos, otro me dijo: voy por leña, ¿me acompaña china? Obviamente lo pensé, los dos solos con un hacha, ¡qué susto! Pero tampoco tenía nada más que perder y finalmente fui. Pienso que ese fue uno de los días que me han cambiado la vida. Los cuatro meses que faltaban antes de que me liberaran fueron un libro completamente diferente, porque reflexionaba sobre por qué esta gente me caía tan mal. Así que me di a la tarea de conocerlos, saber por qué eran tan raros y por qué eran guerrilleros.
Pues me di cuenta que no eran tan raros y que muchos de ellos entraron a la guerrilla desde temprana edad. Muchos habían sufrido bastante en su niñez y adolescencia, a tal punto que la guerrilla se había convertido en un escape, incluso en un refugio. Mi anhelo siempre fue volver a casa, el de ellos no; decían que volver a la casa era una tortura, que les iban a pegar o a abusar de ellos.
Obviamente no estoy de acuerdo con la guerrilla ni mucho menos, pero eso me llevó a pensar que hay guerrilleros que son malos y punto, como hay economistas o políticos pésimos, pero que también hay unos buenos, que estaban arrepentidos porque de alguna forma sacrificaron su futuro por promesas que nunca se iban a cumplir.
O sea que, ¿no veía salida para ellos?
Yo entendía que aunque estaba secuestrada tenía dos caminos: si me mataban, pues había vivido muy feliz; o si me liberaban, volvía a la felicidad, a tener oportunidades; pero ellos no. Sentía que su caso era perdido, el mío no.
Después de caminar por las selvas colombianas durante meses (algo traumático para mí por mi contextura súper delgada) se acercaba mi liberación. Recuerdo que llegamos a un pueblo y allí me dijeron que tenía que esperar a mi familia con un guerrillero en unos arbustos, arriba en una colina. Este hombre me dijo que le daba pesar que yo fuera a ser como las demás secuestradas, que tal vez cuando saliera iba decir que me pegaban, que me torturaban, que no me daban comida.
¿Y no fue así?
No. Todos los secuestrados tenemos experiencias diferentes. Entonces le dije que no, que iba a decir la verdad, lo que me gustó y lo que no. En mi caso, le dije a ‘Tony’ que yo no me iba a olvidar de ellos y que para que estuviera tranquilo le prometía que cuando cumpliera 18 años iba a volver a la guerrilla. En ese momento lo sentía y lo quería, sentía la responsabilidad de volver, obviamente nunca jamás para convertirme en una guerrillera importante, malgeniada o ‘matona’.
¿Pero qué tipo de responsabilidad podía tener con sus propios captores?
En realidad, sentía que tenían talento, que eran buenas personas en el fondo, que lo único que necesitaban era un líder bueno que de alguna manera los ayudara a salir de allí y los pusiera a hacer cosas buenas para los demás. Y puedo decir que esa promesa, en parte, ha guiado el curso de mi vida.
No soy desmovilizada (risas), pero estudié Ciencias Políticas cuando me gradué del colegio porque precisamente quería entender un poco más qué pasaba en el conflicto armado en Colombia, qué pasaba con los guerrilleros, por qué había sido tan difícil poder acabar con esa guerra después de tantos años. Terminé, fui al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en Nueva York durante ocho meses, para comparar qué había pasado con otros casos de conflictos armados en el mundo.
Regresé a Colombia a finales del 2012 y empecé a trabajar con la Agencia Colombiana para la Reintegración (ACR), hoy Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), donde digo que no solamente trabajé con desmovilizados, o por desmovilizados, sino para desmovilizados.
¿Qué pensaba el tenerlos de nuevo a su lado? ¿Odio, rabia…?
Para nada, fue una experiencia muy especial volver a estar cerca de ellos. Desde hacía muchos años no los había vuelto a ver ni hablar, y ahora saber que ‘estabas del otro lado del charco’ fue muy emocionante. Sentir que ya eran desmovilizados, que habían salido de esa guerra, me dio mucha alegría. Veía un poco más de esperanza en ellos.
Después me fui para la Fundación Corona, donde manejé proyectos de educación por una razón: durante dos años en la ACR trabajé en atención a desmovilizados, es decir, a personas que en algún momento habían decidido entrar a la guerrilla y ahora salieron. Pero el proceso para ellos es muy difícil, por lo que anhelaba trabajar para que no hubiera más desmovilizados. En estos casos los elementos clave son una buena educación y los lugares donde no la hay. Por eso empecé con Fundación Corona, para fortalecer instituciones educativas públicas y opciones de educación superior en los lugares más apartados de Colombia.
Eso fue parte de mi vida hasta hace dos meses.
¿En qué está hoy Laura, trabaja en algo similar?
Ahorita estoy escribiendo un libro en el que por un lado cuento la historia tal cual sucedió, los detalles de lo que pasa con un secuestrado en Colombia, cómo es su realidad en la selva, el día a día. Pero también hablo de lo que aprendí, lo que ha hecho de mí en la actualidad, quiero compartir esos aprendizajes para la vida. Es un libro “mágico”, escrito por una niña de 11 y una niña de 28, y es un regalo que quiero hacerme a mí misma, a mi familia y a quienes lo quieran leer.
¿Cuándo se publica?
No estoy segura, pero creo que el próximo año o a finales de este.
Precisemos algo, ¿víctimas y victimarios?
Yo pensé que solo eran victimarios. Después entendí que eran victimarios y víctimas. Aclaro, tampoco es posible dejar de lado el hecho de que hacían cosas muy malas, muchos de ellos, probablemente otros no, pero lo importante fue comprender que también tenían esa otra condición.
Volvamos a su liberación...
Bueno, tuve que caminar durante tres días para llegar al punto en el que me iban a entregar a mi familia y siempre estuve rodeada de unos 15 guerrilleros, a veces más, pero nunca menos. Yo les llamaba mi ‘Anillo de inseguridad’ (carcajadas). Y cada noche, al llegar a algún campamento a descansar, yo les escribía una carta. Al final les puse el número telefónico de mi casa, el de mi mamá, o la dirección.
¿No le dio miedo, alguna represalia o algo?
Para nada. Me llamaron durante tres o cuatro años después, en mi cumpleaños, en Navidad, a contarme algo, pero nunca me hicieron preguntas de inteligencia o algo así.
¿Cuándo dejaron de hablar?
Cuando un comandante me llamó y me decía cosas como que ya debía estar muy bonita por cumplir 15 años, que nos viéramos. En ese momento dije no, no más. No por odio sino simplemente por mis papás, no quería verlos mal.
Laura, ¿cómo no llenarse de odio hacia estas personas y trabajar por ellas?
Bueno, les cuento una anécdota. A mí me hacen una entrevista cuando estaba en Corona, y pensé que querían hablar de un proyecto específico, pero me preguntaron sobre mi proceso de perdón. Pensé: ¿qué? ¡Mi proceso de perdón! Les dije que bueno y acordamos hablar luego. Cuando colgué, me pregunté: ¿cuál es mi proceso de perdón? Literalmente, tuve que empezar a leer sobre perdón para poder entender qué me había pasado.
Ahora puedo decir que el odio es como cargar una maleta llena de piedras, que no sirve para nada. Siempre vas pensando en el día que te encuentres a equis persona que te hizo daño y cómo le vas a tirar una piedra. Eso no te deja vivir tranquilo ni mucho menos deja ver cosas buenas que puedan estar pasando en tu vida.
Durante los meses que hice esa peor versión de mi misma para que me odiaran, la que se hizo el mayor daño fui yo. En cambio, cuando empecé a hablar con ellos de alguna manera me liberé. Yo no sufro por lo que ya me pasó porque ya fue, es pasado y no puedo cambiar las cosas. A ellos les deseo lo mejor, aunque difícilmente va a pasar, y no porque yo quiera sino porque su vida ha sido muy difícil desde siempre.
¿Qué piensa cuando escucha decir que con el acuerdo de paz el país se le entregó a las Farc, que el mismo fue una farsa, entre otras cosas? ¿Está de acuerdo?
No me gusta hablar mucho de política, aunque soy politóloga, y aclaro que no soy santista, uribista o de ningún otro grupo político, ni me inscribo en ningún partido, candidato o ideología. Pero siento que el acuerdo fue un gran esfuerzo del Gobierno Nacional, que como todos los acuerdos en el mundo es imperfecto. Y dentro de ello podemos decir que tiene unas imperfecciones importantes, pero la más preocupante para mí es la falta de un proceso de reintegración juicioso como el que veníamos haciendo en la ACR.
¿Cuál es la diferencia con el de ahora?
La ACR llegó a ser el mejor proceso de reintegración del mundo entero, teniendo en cuenta que era diseñado y financiado con recursos del Gobierno colombiano y no de la comunidad internacional, como pasa en la mayoría de países donde ha habido este tipo de procesos, porque al ser Estados fallidos no tienen la capacidad técnica ni el dinero para construir su propia ruta.
Lo que pasa hoy en día en las zonas veredales es que ellos, los mismos exguerrilleros, deben empezar a buscar cómo va a ser su propia reintegración.
Específicamente la diferencia es que en la ACR había un proceso de reintegración basado en las dimensiones que una persona tratando de volver a la sociedad civil tiene que trabajar: asuntos de familia, jurídicos, de salud, educación, vivienda, empleo, etc.
Ahora es un desorden, no hay un diseño juicioso de cómo va a ser ese proceso, cómo va a ser la atención sicosocial o en términos educativos. Es decir, cómo se puede mandar a los guerrilleros en zonas veredales a que cultiven papa, arroz, yuca, yo qué sé, cuando para nadie es un secreto que muchos entraron a la guerrilla siendo muy niños y es muy poco lo que saben de agricultura. La mayoría de ellos son analfabetas funcionales. Uno no puede tener una población tan grande de desmovilizados sembrando yuca sin saber leer ni escribir en pleno siglo XXI. Es un poco egoísta.
El anterior proceso llevaba décadas siendo pulido, diseñado, mejorado. Por eso considero que este ‘volver a empezar’ es un fracaso de entrada, porque la reintegración de una persona a la sociedad civil es muy complicada y si lo dejamos en manos de la guerrilla, que nunca ha reintegrado sino que por el contrario ha sacado personas de sus comunidades, es contradictorio. Estoy segura que esto no lo van a dejar en mar abierto, pero me duele mucho.
Laura, un mensaje para los opositores y defensores del proceso de paz. ¿Volver a combatir o continuar por la senda de la paz?
Estoy segura que nadie quiere volver a las armas. Considero honestamente que la campaña del plebiscito para la paz se hizo muy mal, porque dividió a la sociedad con un eslogan: equipo A, los que quieren la guerra, y equipo B, los que quieren la paz. Eso fue un error enorme, que condujo al país a una polarización extrema.
Pero te insisto, juro que absolutamente nadie en el país quiere la guerra, nadie, porque todos la hemos sufrido.
Un error que cometió el Gobierno fue incluir en un acuerdo de paz la reestructuración histórica de lo que no ha pasado en un país. Si tal vez se hubieran enfocado solamente en lo que iba a pasar con los desmovilizados, por ejemplo, veo que hubiera sido más fácil que lo que terminó siendo el acuerdo, que si bien es muy completo es a la vez muy incompleto.
Pero estoy totalmente a favor de que en Colombia podamos dialogar. Con lo que estoy totalmente en desacuerdo es que un acuerdo de paz se haya vuelto una herramienta para dividir el país entre los que la quieren y los que no.
A veces veo los políticos y los debates presidenciales, y digo: ¡Auxilio, nos vamos a devolver 80 años atrás! Esperemos que no sea así.