Un recorrido por los últimos cuatro comicios a Congreso evidencia que las alternativas de mano fuerte o tendida con la guerrilla siguen marcando la escogencia de los “padres de la patria”
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Las elecciones al Congreso desde que arrancó este siglo siempre han tenido como telón de fondo el tema de la guerra y la paz. En el 2002, tras el fracaso del proceso del Caguán y la disparada de Álvaro Uribe que lo llevó a arrasar en la primera vuelta presidencial, los comicios parlamentarios (que se realizaron apenas tres semanas después de rotas las tratativas y levantada la zona de distensión) estuvieron marcados por un clima nacional que buscaba ‘cobrarle’ a las Farc todo el tiempo perdido en una negociación que sólo utilizó para fortalecerse política, militar, económica y territorialmente. El resultado: Uribe, sinónimo de mano dura contra la insurgencia, fue elegido mayoritariamente y el Parlamento se volcó a apoyarlo.
Cuatro años más tarde, en marzo de 2006, en plena ebullición de la Política de Seguridad Democrática que privilegiaba la derrota militar de la guerrilla y desechaba cualquier proceso de paz a menos que este implicara la rendición de los alzados en armas, el ya presidente-candidato Álvaro Uribe no solo tenía vía libre para reelegirse, pues las encuestas auguraban que ganaría otra vez en primera vuelta, sino que las mayorías parlamentarias y partidistas estaban alineadas con el continuismo gubernamental.
Un panorama muy parecido, con el tema de la mano dura contra las Farc como telón de fondo, se iba a presentar cuatro años más tarde, pero la Corte Constitucional tumbó el 20 de febrero de 2010 un referendo que abría la posibilidad a un tercer periodo de Uribe. Ello obligó al entonces Jefe de Estado, con una popularidad muy alta y una racha de fuertes golpes a las Farc, a maniobrar rápidamente para buscar un sucesor que no sólo continuara su Política de Seguridad sino que siguiera liderando la aplanadora parlamentaria que había imperado durante los últimos ocho años, teniendo a La U, su partido, como el mayoritario.
Uribe primero pensó en el exministro Andrés Felipe Arias, pero este perdió la consulta interna conservadora con Noemí Sanín y, al final, se decidió por su exministro de Defensa, Juan Manuel Santos, quien, salvo la creación de La U, no tenía mayor experiencia electoral y política.
Sin embargo, por los golpes dados a las Farc, Santos se proyectaba como un sucesor de Uribe de alta fidelidad y las mayorías congresionales elegidas en marzo esperaban seguir apoyándolo, sobre todo porque La U se había fortalecido más en Senado y Cámara, y tanto esta colectividad como las que integraban el bloque gobiernista consideraban que la guerrilla estaba ya lo suficientemente acorralada y debilitada para darle la estocada final. Tan solo partidos de izquierda, una facción de liberales y algunos congresistas a los que el uribismo les parecía demasiado radical, defendían la posibilidad de un acuerdo de paz. El país, en general, estaba centro-derechizado, y la composición del Congreso en marzo de 2010 así lo reflejó.
Cambio de tercio
Pero meses después la brújula política cambió sorpresivamente. Tan pronto como Santos fue elegido, compitiendo con Antanas Mockus en segunda vuelta, empezó a dar un giro frente al uribismo. Un giro que se tradujo, primero, en que llamó al gabinete a sus antiguos rivales en la campaña, como Germán Vargas Lleras o Rafael Pardo, e incluso a los conservadores por intermedio de Juan Camilo Restrepo. Luego, en la propia ceremonia de posesión, el Presidente entrante dijo que abría la “ventana de la paz” con la guerrilla, empezó a distensionar las relaciones con Hugo Chávez (con quien Uribe salió muy peleado y lo señalaba de apoyar a la subversión colombiana) y buscó caminos de entendimiento con facciones de la izquierda en nuestro país.
Se pensaba, entonces, que La U (que era el partido de Uribe) y las mayorías parlamentarias elegidas por un país centro-derechizado no le jalarían al giro de Santos, pero lo cierto es que gobierno es gobierno (por ser el dueño de las cuotas de poder y la burocracia) y pronto la Casa de Nariño pudo conformar un nuevo bloque congresional que lo apoyó. Uribe, entre tanto, ya al primer año del gobierno Santos se lanzó a la oposición, casi en solitario y como principal crítico del proceso de paz con las Farc que comenzó públicamente en octubre de 2012.
Llegarían así los comicios parlamentarios de 2014. Uribe no sólo era el máximo referente de la oposición a Santos y su proceso de paz, sino que creó su propio partido, el Centro Democrático, con el que ganó 40 curules en el Senado y la Cámara, aunque perdió las presidenciales ante el presidente-candidato Santos, a pesar de que Óscar Iván Zuluaga alcanzó a ganar la primera vuelta.
Tanto en los comicios parlamentarios como en los presidenciales fue evidente que la disyuntiva que se le planteó al país era la de mantener el proceso de paz con las Farc o acabarlo. Santos, con una coalición de La U, conservadores, liberales, Cambio, Polo y Alianza Verde, se impuso al uribismo y la derecha más caracterizada.
Mismo escenario
Hoy, marzo 11 de 2018, la disyuntiva en las elecciones parlamentarias es muy parecida. Mientras que el Centro Democrático, muy fuerte en las encuestas, ha hecho una campaña en la que advierte que si llega al poder reversará los yerros del acuerdo de paz (aunque descarta ‘hacerlo trizas’), otros partidos como Cambio Radical y los conservadores también prometen correctivos al pacto de La Habana, en tanto que La U, liberales, Alianza, Polo y el propio partido Farc (creado luego de la desmovilización de esa guerrilla) urgen apoyos electorales para defender el acuerdo, que ha tenido una accidentada implementación y tiene al país polarizado, como se evidenció en octubre de 2016, con un plebiscito refrendatorio en donde el No le ganó ajustadamente al Sí.
Tan cierto es que la guerrilla y la disyuntiva paz o guerra continúan siendo protagonistas de las elecciones parlamentarias, que esta vez el partido Farc presenta candidatos a Senado y Cámara, y sin importar cuántos votos saque, 10 curules tiene aseguradas. Todo ello mientras el país urge a Santos que acabe el proceso de paz con el Eln debido a su reciente escalada terrorista y le exige una ofensiva militar sin cuartel para acabarlo por la fuerza.