Recién nacido, lejos de su madre y con una fractura en una de sus extremidades, llegó a Cornare un tigrillo lanudo, al que sus posibilidades de vida se le agotaron, pero cuando estaba condenado a la eutanasia fue ‘salvado’ y hoy está dedicado a ayudar a otras especies a readaptarse para que puedan volver a sus hábitats.
Su ‘ángel’ fue Cristina Buitrago Aristizábal, quien por entonces hacía sus prácticas en la Corporación y hoy oficia como médico veterinario de la misma.
“Un día, tal vez un poco similar a los demás, donde entran animales por diferentes causas, llegó un tigrillo bebé, sí, uno de los seis felinos que tenemos en el país, esta vez el más pequeño, un leopardus tigrinus o tigrillo lanudo como se conoce popularmente, nunca sabré cuál fue su verdadera historia”, señaló.
Dijo que todos los animales que han sido víctimas de tráfico llegan con historias poco creíbles “y con el tiempo aprendemos a identificar cuáles son falsas, pero la historia que armé en mi cabeza con la poca información que me dieron fue que mataron a su madre para obtener sus crías y durante la captura o traslado la chiquitina con escasos días de nacida se fracturó una pata; tal vez ante la imposibilidad de recuperarla con remedios caseros fue entregada a Cornare. Podría decir que fue amor a primera vista y ante el mal pronóstico que emitían los veterinarios por su corta edad y su facilidad para ‘improntarse’ ya mi corazón se había enamorado y la joven sin experiencia no tenía el criterior suficiente para detener la situación”.
La pequeña fue operada y su pata poco a poco estuvo mejor, pero sí, los veterinarios con experiencia tenían razón, ya no era un tigrillo con comportamiento natural, con su corta edad, el poco tiempo que pasó en el bosque junto a su madre y un proceso de recuperación médica tan largo, parecía más un gatito.
“Con la esperanza intacta se intentó ‘rehabilitar’, lo cual no tenía sentido, pues nunca fue silvestre. Se debía enseñar desde cero cómo sobrevivir en el bosque, a reconocer su alimento, sus depredadores, pero ¿cómo, si ningún trabajador del CAV es un felino? Recordé una frase: ‘nunca se extraña lo que no se conoce’, entonces supe que no volvería al bosque”, recordó Cristina.
¿Qué pasa con los animales que a pesar de todo el esfuerzo de los veterinarios nunca vuelven al bosque? “La norma es clara y solo existen tres opciones con la fauna silvestre que llega a una Corporación: liberación, reubicación en colección zoológica o eutanasia. “La primera, que es la que procuramos para todos los animales que nos llegan, ya había sido descartada. Entonces, a buscar un zoológico del país que la recibiera. No debe ser difícil, pensé, logró recuperarse de una lesión grave, sin embargo, se encuentra amenazada”.
“No tardé mucho tiempo en darme cuenta que no, que todos los zoológicos tenían colección completa, que no tenían espacio o que tenían otros en lista de espera de otras Corporaciones. En ese momento lloré sin consuelo, la decisión estaba tomada, no tenía ningún sentido dejar a un individuo ocupando el espacio de otros que sí se podían recuperar, mucho menos perpetuando su existencia sin calidad de vida, pues una jaula no le brinda la extensión que un felino requiere”, recuerda hoy algo más de dos años después y ya como veterinaria en propiedad de Cornare.
Decisión salvadora
No obstante, la suerte no estaba del todo echada para la bebé tigrilla. “Al comunicar la tristeza con el resto del equipo nos abrumó lo que considerábamos que era lo correcto, tal vez fueron varias semanas de días grises, antes de que a alguien se le ocurriera la idea de entrenarla para rehabilitar a otros animales”, dijo Cristina.
“En el proceso de rehabilitación de algunas aves y mamíferos se usan títeres de tigrillos para que aprendan a identificar sus depredadores, pero, ¿si en vez de usar un títere usamos una tigrilla de verdad? Solo era necesario que soportara un arnés y que aprendiera a entender y seguir órdenes del cuidador. Finalmente, no ha sido tan fácil pero sí ha sido un proceso de grandes aprendizajes donde ella pudo vivir y cumplir un rol, ayudar a otros animalitos a regresar a su hábitat y ella no se la pasa todo el día en una misma jaula”, comentó Cristina con un dejo de satisfacción y alegría por haberle salvado la vida.
Es por ello que “ahora la llevo tatuada en mi piel porque si bien ha sido un caso que me marcó emocionalmente, como profesional, hizo que me diera palmaditas en la cara y me hiciera fortalecer mi criterio, a ser un poco más dura tal vez, a enamorarme de ellos todos los días sin demostrárselo, no como lo haría con mi gato o mi perro, sin darles cariño físico… es que no son mascotas y lo que finalmente queremos es que no haya vínculo, ni dependencia al ser humano y puedan seguir su camino en libertad”, aseveró Buitrago Aristizábal.
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El reto
Para Cristina, quien lleva dos años como veterinaria de Cornare, no hay casos extraños porque a diario atiende pacientes de diferentes especies.
Las más comunes son zarigüeya s o aves, pero hay un caso que considera retador. Se trata de la llegada de una boa con una herida profunda por guadaña que le ocasionó un campesino mientras cortaba el pasto. “Los reptiles son un grupo complejo de tratar médicamente, requieren condiciones muy precisas en su cuidado ya que son individuos que no pueden controlar su temperatura, sino que dependen de la temperatura externa, lo que hace que la absorción de medicamentos, por ejemplo, dependa de factores ambientales y nutricionales. Eso complica más su recuperación”, indicó Cristina.
Añadió que “si bien el manejo de heridas es algo relativamente común en el hogar de paso, cuando nos enfrentamos a un reptil no solo toca estudiar, sino que hay que extrapolar un poco ya que la información es poca, entonces también depende de qué tanto se arriesgue a probar cosas nuevas para la especie”.
“El manejo se hizo usando parches cicatrizantes, tratando de identificar las fases de la cicatrización en la especie, que no son iguales a las de un mamífero, y tomando decisiones constantemente, incluso cambiando cosas en el camino que no se tenían planeadas; aun así, el individuo ha tenido una respuesta sorprendente al tratamiento y si bien aún falta para que se termine de curar, ya superó la fase más compleja del proceso”, explicó.
Señaló Cristina, quien vive las 24 horas del día para atender animales silvestres y, en lo posible, salvarles la vida, que la zarigüeya sufre y es la especie que más ingresa a su consultorio porque “los seres humanos aún nos las toleran por ser ‘feas’ o ‘parecer ratas’” y recuerda que una de ellas llegó con fractura de cráneo.
Sin embargo, su labor no se circunscribe a atender a los animales, sino que debe estar preparada para cualquier emergencia y por ello siempre Cristina tiene listo el oxígeno para casos de avulsión de sacos aéreos, pues es “tan común que gatos y perros ataquen aves, erizos, lagartijas, que ya sabemos qué esperar en estos casos”.
También manifestó que en casos en los que el paciente muere “no es momento de desanimarse, pues tal vez las loras de jaula de vuelo que se encuentran en la fase final de su proceso de rehabilitación necesitan revisión para ver cómo van de salud o cualquier otro animal que está bajo mi cuidado o llegue en cualquier momento”.
Además siempre “trato de explicarles a las personas que una vez los animales salen de su hábitat es como si hubieran muerto para la biodiversidad, ya no aportan y es que claro que ellos tienen un rol en los ecosistemas, ellos son los que mantienen los bosques, todos cumplen un papel fundamental desde el más pequeño hasta el más grande. El solo hecho de que en cautiverio no se puedan reproducir o relacionar con individuos de su especie, eso ya es maltrato y es lo que siempre tratamos de hacer comprender a las personas, no es solo una cadena o una jaula, es sacarlos de su hábitat y el daño que causan”.